¿Qué nos dicen los PEINADOS de los años 60 y 70 sobre la libertad?

¿Qué nos dicen los PEINADOS de los años 60 y 70 sobre la libertad? El misterio retro que esconde tu corte de cabello favorito

Los peinados de los años 60 y 70 no eran solo una cuestión de moda, eran una forma de gritarle al mundo quién eras, sin decir una palabra. Desde el cardado altísimo hasta la melena lacia que rozaba la cintura, cada mechón contaba una historia. Y esa historia, como muchas de las buenas, empieza con una explosión de volumen. 💥

Hace tiempo, antes de que los algoritmos nos dictaran el estilo, las mujeres decidían su peinado frente a un espejo empañado por el vapor del café recién hecho, guiadas por revistas dobladas, una amiga con buena mano o, en el mejor de los casos, por el peluquero del barrio que conocía los secretos de Brigitte Bardot mejor que su propio amante. Los peinados femeninos de los 60 y 70 fueron más que estética: fueron declaración, deseo, y en muchos casos, desafío.

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Cuando la cabeza era una colmena futurista

“Beehive” lo llamaron, como si el cabello fuera un enjambre de abejas dispuestas a zumbarnos el mensaje del futuro. ¿El mensaje? Atrevimiento. Esa estructura cónica, absurda y fascinante, no solo desafiaba la gravedad; desafiaba las expectativas. Te parabas al lado de una mujer con ese moño y no podías ignorarla. Porque la colmena no era para pasar desapercibida. Era para ser vista desde lejos. Era la torre Eiffel del peinado.

El moño choucroute, esa deliciosa versión francesa del cardado, aportaba un equilibrio curioso entre lo elaborado y lo deshecho. Una especie de “me tomé una hora para que parezca que no me tomé ni cinco minutos”, al más puro estilo Bardot. Un peinado que olía a perfume caro, cigarrillos rubios y ganas de no volver nunca a casa antes de medianoche.

Pero también, detrás de tanto volumen, se escondía una contradicción: ¿acaso esa arquitectura capilar no era una cárcel que disfrazábamos de libertad? ¿Cuánto de ese peinado era nuestro deseo y cuánto, simple obediencia a una moda más exigente que una suegra italiana?

El flequillo que dividía el alma

Pocas cosas dicen más de una mujer que su flequillo. En los 60, el flequillo recto era como firmar un manifiesto. Recto como la decisión de no retroceder. Juvenil, claro, pero no inocente. Porque si algo tenían esas chicas de los sesenta era una inteligencia afilada escondida tras cada mechón cuidadosamente planchado. Lo llevaban con melenas largas, la raya al medio como una autopista al nirvana, a medio camino entre la estética mod y el espíritu hippie.

Aquella raya al medio, tan simple, tan geométrica, parecía dividir no solo el cabello, sino dos mundos: el antiguo y el que se intuía por venir. A ambos lados, el pelo lacio caía como cortinas sobre un escenario que aún estaba por estrenarse.

La cinta, el accesorio más inocente (y peligroso)

Y si hablamos de accesorios, nada más efectivo —ni más engañoso— que una simple cinta en el cabello. Una banda ancha de tela podía convertir una melena común en una obra de arte retro. Pero también era una declaración ambigua. Porque, mientras las cintas podían sugerir dulzura o sumisión, también podían decir “no me toques, que soy más salvaje que el viento del desierto”.

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Ese era el juego de los años 60: parecer delicada sin dejar de ser peligrosa. Un lobo con peluca cardada.

«El volumen no era solo una moda. Era un grito silencioso con laca y horquillas.»

El bob que empezó con tijeras y terminó siendo símbolo

Y entonces llegó el bob. Rápido, práctico, un corte con nombre corto que escondía ambiciones largas. Fue el anticristo del cardado. Corto, ágil, rebelde sin tanto peinado. ¿Quién necesitaba una colmena cuando podía tener una melena lista para subirse a una Vespa y perderse en Roma sin mirar atrás?

Pero también, el bob traía preguntas nuevas: ¿tenías que cortarte el pasado para tener un futuro? ¿Y si no querías elegir entre lo clásico y lo moderno?

Los 70 llegaron despeinados y llenos de ritmo

Como si alguien hubiera abierto una ventana, los años 70 trajeron un soplo de aire que despeinó todo lo que los 60 habían erguido con esmero. Adiós a la rigidez, hola al movimiento. Lo natural entró por la puerta grande, pero también el exceso… porque el volumen no se fue, simplemente se mudó de forma.

El estilo afro no era solo un peinado. Era una forma de habitar el cuerpo y el espacio. Imponente, esférico, sin pedir permiso. Era el rugido de una generación que no quería parecerse a nadie más. ¿Cómo no verlo como una afirmación de belleza, de fuerza, de memoria?

El shag, por su parte, era ese amigo que llega tarde a la fiesta pero se convierte en el alma del evento. Capas, flequillo largo, un desorden estratégico que parecía improvisado, pero no lo era. Como una guitarra desafinada que, por alguna razón, sonaba mejor que la afinada.

Funk, rizos y fiesta eterna

Los rizos funky, con ese volumen lateral que parecía competir con las pistas de baile, eran pura celebración. No era un peinado para ir al supermercado (aunque quién sabe); era para bailar hasta que el sol saliera y el rímel empezara a correrse como lágrimas de risa.

Esa melena a lo disco llevaba más ritmo que muchos bateristas. La raíz lisa decía “soy formal”, pero los rizos decían “no me creas nada”.

«Un buen peinado no necesita explicación, solo música de fondo y ganas de moverse.»

El liso largo que decía más que mil palabras

Y luego, el contrapunto: el cabello liso, largo, sedoso. Una cascada oscura que caía por la espalda como un secreto. Sin esfuerzo aparente. Sin adornos. O con los justos: una vincha, un pañuelo con estampados psicodélicos. Era la pureza después de la tormenta. Pero también era el enigma: ¿qué escondía esa mujer que no necesitaba más que su cabello natural para hipnotizarte?

Trenzas como raíces de un alma bohemia

Las trenzas folk, finas y dispersas, hablaban en susurros. Eran poemas escondidos en un campo de flores. El movimiento hippie no solo influyó la forma de vivir; también trenzó su filosofía en cada peinado. Nada más íntimo que entrelazar tu cabello como si fuera una historia que quieres contar sin palabras.

«Cada trenza es una línea escrita en el cuero cabelludo de una generación.»

Lo que sigue inspirando colecciones vintage

Hay algo que no cambia: el pasado siempre vuelve, pero lo hace con cara nueva. Los estilos de los 60 y 70 siguen alimentando la moda retro, como un viejo disco que nunca termina de pasar de moda. Lo ves en las pasarelas, en las series, en los escaparates que juegan con lo vintage como si fuera una receta de la abuela con un toque de caviar.

Porque sí, los peinados retro no son un homenaje muerto. Son una forma de decir “aquí estoy”, como lo hicieron nuestras madres, nuestras tías, nuestras abuelas, con sus bobs afilados o sus colmenas imponentes.

¿Y tú, qué historia llevas en el pelo?

Detrás de cada peinado hay un mundo. Un amor escondido. Una rebeldía silenciosa. Una tarde de verano con una amiga y un cepillo. Una decisión tomada con tijeras en mano. La pregunta es: ¿lo elegiste tú o te eligió él?

«No subestimes el poder de un buen flequillo. Puede cambiar tu destino.»

¿Nos peinamos como queremos o como nos enseñaron a querer? ¿Y qué pasaría si un día dejáramos que nuestro cabello hablara solo?

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