El legado secreto de la ciencia ficción retro que aún nos persigue

El legado secreto de la ciencia ficción retro que aún nos persigue. Buck Rogers, robots sensuales y la extraña estética futurista que nunca existió

Estamos en un atardecer cualquiera de este siglo, en una ciudad donde aún sobreviven las librerías de viejo con olor a polvo y papel envejecido. Camino entre estanterías desordenadas y de pronto lo veo: una portada pulp donde un héroe musculoso apunta su pistola de rayos mientras, a su lado, una mujer metálica brilla como recién pulida en un taller de cromo. No sé si es Buck Rogers o un imitador barato, pero la sensación es clara: estoy frente al cruce imposible entre los años treinta y el Japón de Hajime Sorayama. Y ahí se revela la magia de la ciencia ficción retro: ese puente dorado entre la ingenuidad heroica del pasado y la sofisticación erótica del futuro que nunca fue.

Getting Weird (retro sci fi cover)
byu/leegoocrap inscifi

La primera vez que me topé con un pin-up robótico al estilo Sorayama sentí que alguien había mezclado dos lenguajes estéticos aparentemente incompatibles. Por un lado, la aventura desbordante de cohetes con aletas y ciudades de cristal de la vieja estética pulp; por otro, la frialdad lujosa de un cuerpo cromado que, más que prometer amor, reflejaba obsesivamente la luz. Y sin embargo, la combinación funcionaba. De hecho, funciona tan bien que ha dado origen a una corriente visual reconocida: el retrofuturismo, ese espejo donde el futuro siempre llega con un toque de nostalgia.


Las raíces doradas del pulp espacial

Buck Rogers no inventó la ciencia ficción, pero sí la vistió con casco, pistola de rayos y botas imposibles. Cuando Philip Francis Nowlan lo imaginó en 1928 y Dick Calkins lo dibujó, estaba creando algo más que un personaje de aventuras: estaba levantando una gramática visual. Cohetes aerodinámicos, uniformes militares con brillos metálicos, ciudades que parecían juguetes de hojalata gigantes. El pulp, con sus portadas exageradas, era un catálogo de futuros posibles que nunca llegarían.

Lo curioso es que aquella ingenuidad gráfica acabó influyendo en toda la cultura popular posterior. El streamline de los años treinta, esa pasión por las formas curvas y veloces, se incrustó en el ADN de los cómics y más tarde de la televisión. Y cuando en los setenta la serie “Buck Rogers en el siglo XXV” fichó al mismo Ralph McQuarrie que había definido la estética de Star Wars, se cerraba el círculo: lo pulp alimentando a lo moderno, lo ingenuo fertilizando lo épico.

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“El futuro nunca fue tan brillante como en las páginas gastadas del pulp”, pienso cada vez que hojeo una de esas revistas donde el papel barato apenas aguanta la tinta.

Almas mecánicas mezcla ciencia ficción, misterio y filosofía


Sorayama: el alquimista del metal

Mientras Buck Rogers disparaba rayos a alienígenas de cartón, un joven japonés descubría su obsesión por el brillo metálico. Hajime Sorayama lo ha confesado sin pudor: “Soy adicto al brillo del metal”. Esa adicción le llevó a inventar en los años setenta un género propio, el “Sexy Robot”, donde la carne desaparece y en su lugar surge un cromado perfecto, lujurioso, casi líquido.

Lo que me fascina de Sorayama es que nunca reduce sus robots a simples fantasías eróticas. Sus figuras son espejos, metáforas del choque entre lo humano y lo artificial. Cuando en los dos mil colaboró con Sony para diseñar el perro robot AIBO, no solo estaba jugando a ilustrador: estaba dejando su huella en la historia del diseño industrial. Hoy, esas criaturas mecánicas descansan en el MOMA y en el Smithsonian, como si fueran reliquias religiosas de una fe en el futuro que aún no sabemos si merecemos.

Sorayama, en cierto modo, es el reverso oscuro del optimismo pulp: donde Buck Rogers veía aventura, él refleja deseo. Donde el pulp prometía libertad espacial, él encierra la mirada en un cuerpo brillante, frío, pero irresistible.


Retrofuturismo: cuando la nostalgia se viste de cromo

El retrofuturismo se define como la visión del futuro tal como lo imaginaba el pasado. Es una paradoja deliciosa: mirar hacia adelante con ojos viejos. Según Lloyd John Dunn, que en 1983 le puso nombre al concepto, se trata de revivir “el mundo de mañana que nunca fue”.

Ese mundo se reconoce por sus tonos pastel, sus cohetes con aletas ridículas, sus ciudades de cristal bajo cielos turquesa. Pero también por su función crítica: mostrar que, pese a toda nuestra tecnología actual, seguimos soñando con el futuro ingenuo de ayer. “La nostalgia es un filtro dorado que convierte el fracaso en promesa”, podría decir cualquier aficionado al retrofuturismo mientras contempla un cartel de feria espacial de los años cincuenta.


La herencia pulp en la ilustración española

No hace falta cruzar el Atlántico para encontrar huellas de esta estética. En España, ilustradores como Horacio Salinas Blanch o Néstor Goldar llevaron el pulp a las portadas de editoriales como Martínez Roca o Caralt. Sus colores vivos, sus formas atrevidas y ese aire de ciencia ficción casera siguen latiendo en colecciones olvidadas.

En aquellas portadas había más que simples alienígenas verdes. Había una voluntad de importar a nuestra cultura visual esa estética de aventura, de “la vida como una portada pulp”, aunque el interior del libro a veces no estuviera a la altura.


El renacimiento digital del pin-up robótico

Hoy, esa tradición resucita en lugares inesperados: Instagram, por ejemplo. La cuenta @retroscifiart, dirigida por el argentino Mariano Arrigo, se dedica a recopilar y reinterpretar ilustraciones retrofuturistas. Allí conviven cohetes que parecen batidoras con mujeres robot que parecen salidas del estudio de Sorayama.

Lo fascinante es cómo los artistas contemporáneos han adoptado hashtags como #robotpinup o #cyberladies, prolongando la sensualidad cromada de los años setenta en un entorno digital. El arte cyber se alimenta de esa mezcla: nostalgia espacial y erotismo sofisticado.


Técnicas entre lo analógico y lo digital

Los nuevos ilustradores que juegan con la ciencia ficción retro no se conforman con imitar. Combinan papel, tinta y aerógrafo con Photoshop y renderizados en 3D. Sus paletas privilegian azules eléctricos, violetas y brillos de neón que parecen sacados de un club nocturno futurista.

El resultado es una paradoja perfecta: imágenes que parecen arrancadas de revistas pulp de 1950, pero que solo pudieron ser creadas con software del siglo XXI. Como si los fantasmas del pasado usaran tablets gráficas.


Cyberpunk y pulp: hermanos enfrentados

El cyberpunk, con su visión oscura de ciudades plagadas de neones y lluvia ácida, podría parecer lo opuesto al pulp luminoso de Buck Rogers. Y sin embargo, ambos comparten una obsesión: explorar cómo la tecnología transforma la identidad humana.

La estética cyberpunk, con sus contrastes de luz y sombra, sus colores vibrantes y su crítica a la alienación, bebe de la misma fuente de inquietud que Sorayama. Si Buck Rogers nos enseñó el entusiasmo, el cyberpunk nos recuerda la factura. Y en medio, el retrofuturismo actúa como puente, recordándonos que el futuro siempre ha sido un espejo deformante de nuestros deseos y miedos.


El futuro de la nostalgia espacial

Exposiciones recientes como “Cyber Ladies’ World” en la galería Almine Rech de París muestran que Sorayama sigue tan vigente como siempre. Trece figuras femeninas cromadas, incluyendo a una Marilyn Monroe androide, confirman que la estética del pin-up robótico no ha perdido fuerza. Su colaboración con Dior y Kim Jones, reinterpretando al robot de Metrópolis de Fritz Lang, lo demuestra aún más: la moda, el arte y el diseño industrial se arrodillan ante el mismo brillo metálico.

El diálogo entre Buck Rogers y Sorayama nunca existió en la realidad, pero existe en nuestra imaginación colectiva. Y quizá eso sea suficiente.


Reflexión abierta

Cuando cierro la revista pulp que encontré en aquella librería, me quedo con la misma pregunta que me persigue desde entonces: ¿qué es lo que realmente buscamos en estas imágenes? ¿Una promesa de aventuras estelares o el reflejo seductor de un robot plateado? ¿La ingenuidad heroica o la sofisticación erótica?

Tal vez la ciencia ficción retro sea exactamente eso: un recordatorio de que nunca hemos dejado de soñar, aunque esos sueños a veces brillen demasiado como para tocarlos. Y entonces me pregunto: si dentro de cien años alguien descubre nuestras imágenes digitales de hoy, ¿qué futuro inventarán a partir de ellas? ¿Un Buck Rogers pixelado? ¿Una Sorayama holográfica? ¿O algo que, como siempre, no podremos prever pero sí imaginar?

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