¿Qué esconde el revival del JAZZ retroglamour en Nueva York? El JAZZ y el Art Deco resurgen como nunca en la Gran Manzana
Estamos en agosto de 2025, en Nueva York, y el jazz —ese viejo conocido que nunca muere— está más vivo que nunca 🎷. Pero no se trata solo de música. Lo que vibra en las calles, en los bares ocultos, en los rooftops con vistas infinitas y en los salones dorados de hoteles legendarios, es una especie de hechizo. Un llamado sensual y elegante al pasado, al brillo de una era que parecía extinguida y que, sin embargo, resucita con una fuerza inesperada.
Lo llaman el renacimiento del jazz retroglamour, y no es solo una moda ni un capricho hipster: es un fenómeno cultural cargado de nostalgia, libertad y sofisticación. En esta ciudad que nunca pide permiso para cambiar de piel, lo vintage ha dejado de ser accesorio para convertirse en protagonista. Y el Art Deco, con su estética poderosa y sus líneas doradas que parecen dibujar el futuro desde el pasado, se ha vuelto a colar por cada rendija de Manhattan.
Origen: La Jazz Age Lawn Party & Picnic marca el comienzo del verano y las entradas ya están a la venta
Una fiesta clandestina a plena luz del día
Todo empieza, o más bien, culmina cada verano, con la Jazz Age Lawn Party. Un festival que no parece de este siglo y, sin embargo, es más actual que cualquier rave en Williamsburg. Celebrado en Governors Island desde hace dos décadas, este evento parece una película de época donde el decorado es real: flappers, caballeros de sombrero panamá, jazz en vivo y cócteles servidos en cristalería que no tiene prisa. Si uno no lo supiera, podría pensar que el mismísimo Gatsby está por llegar.
Michael Arenella & His Dreamland Orchestra son los culpables de esta fantasía bien orquestada. Lo que comenzó como un picnic improvisado ha devenido en un templo retro donde el pasado es más deseado que el presente, y donde el futuro se infiltra con delicadeza: Social Hour, los cócteles de autor que remiten a la tradición pero son fruto de destilados y técnicas contemporáneas, redondean la experiencia. Aquí no se baila para presumir en redes; se baila para volver a sentir algo que creíamos perdido.
«Bailar Charleston con los pies y el alma mientras Manhattan observa desde lejos».
Art Deco, esa elegancia que nunca se fue
Nueva York nunca dejó de ser Art Deco. Solo que ahora lo recuerda con orgullo. Hay más de sesenta edificios catalogados con este estilo que mezcla geometría, simetría y esplendor. Algunos, como el Chrysler Building o el Empire State, son emblemas turísticos. Pero otros resurgen ahora como escenarios del nuevo jazz vintage, sin necesidad de disfrazarse.
El JW Marriott Essex House despliega su Gran Salón como un salón de baile de película en blanco y negro. Mientras tanto, el Hotel Fouquet’s, en pleno Tribeca, juega a ser París en pleno Manhattan. Sus habitaciones en tonos lavanda, verde oliva y almendra tostada parecen salidas de una paleta de época, y el bar Titsou huele a ginebra francesa y a secretos bien guardados.
En la terraza Le Vaux, uno puede beber mirando al downtown como si el tiempo se hubiese torcido. No es nostalgia: es estética con memoria.
Clandestinidad a la carta
Los speakeasies son ya parte del paisaje emocional de Nueva York. Pero ahora no se esconden por necesidad, sino por placer. Acceder a ellos sigue siendo un pequeño ritual, y esa pequeña dosis de misterio le da al cóctel un sabor distinto.
Está el clásico Please Don’t Tell (PDT), donde el acceso a través de una cabina telefónica dentro de Crif Dogs nunca deja de sorprender. Allí los bartenders hablan poco pero mezclan como dioses. Está también The Back Room, donde la coctelería se sirve en tazas como en la época de la Ley Seca y uno podría cruzarse con fantasmas de Bugsy Siegel o Lucky Luciano.
Pero quizás el más evocador sea The Campbell Apartment: un despacho reconvertido en bar, con techos de madera, vitrales y sillones que parecen haber sobrevivido a varias fiestas secretas. Allí, los tragos tienen nombres que suenan a novelas perdidas y el tiempo, simplemente, se detiene.
«Beber como un mafioso elegante mientras el mundo moderno te espera fuera del vestíbulo».
El jazz nunca se muda, solo cambia de disfraz
Lo que ocurre con el jazz en Nueva York no es solo una resurrección estética: es una reafirmación de identidad. El viejo Blue Note, abierto en 1981, sigue siendo una referencia indiscutible, pero ahora comparte el protagonismo con Bill’s Place, en Harlem, un lugar tan auténtico que parece fuera del radar de Google.
La música aquí no se descarga, se respira. El Blue Note Jazz Festival, que este año reúne a artistas como Grace Jones o Janelle Monáe, mezcla tradición y vanguardia con una naturalidad pasmosa. Es como si Billie Holiday hubiese aprendido a programar un sintetizador.
Y hablando de eso…
El futuro suena como un vinilo digital
El jazz ya no se toca solo con saxofones y contrabajos. Ahora hay sintetizadores, samplers y loops. Hay máquinas que respiran con alma, y músicos que dialogan con algoritmos como si fueran parte de la banda. Los híbridos sonoros abundan: trompetas filtradas por vocoders, baterías analógicas que se funden con beats digitales, y una nueva generación de creadores que sueña con un jazz del siglo XXII.
Hay puristas que fruncen el ceño. Pero incluso ellos reconocen que algo mágico está ocurriendo. La inteligencia artificial no ha venido a destruir el jazz; ha venido a sugerir nuevas armonías. Como en toda buena jam session, el truco está en escuchar al otro y responder con estilo.
De las alturas al asfalto
En esta ciudad de rascacielos, los rooftops se convierten en salones de baile suspendidos. Y si son retroglamour, aún mejor. En Vintage Green Rooftop, uno puede tomarse un martini rodeado de vegetación falsa y vistas de 360° al Empire State. Parece una contradicción, pero funciona. Porque lo que importa no es la autenticidad literal, sino el sentimiento de estar en otro tiempo.
En Ophelia, situado en la Torre Beekman de 1928, los vitrales altísimos y los sillones de terciopelo nos susurran que el pasado nunca se fue del todo, simplemente estaba esperando a que volviéramos a enamorarnos de él.
«Las mejores vistas de Nueva York se encuentran en sus techos… y en sus copas».
Una ciudad que se reinventa mirando atrás
El renacimiento del jazz retroglamour no es un antojo de marketing. Es un síntoma, una respuesta emocional y cultural. En tiempos de ruido, prisas y pantallas, lo que ofrece esta corriente es una pausa con clase, una forma de escapismo elegante y emocionalmente cargado.
Fever y otras plataformas están aprovechando el momento: ofrecen fiestas temáticas, rutas Art Deco, cenas en azoteas con música en vivo. Y lo hacen con gusto, sin disfrazar lo antiguo ni maquillar lo moderno. Porque cuando se hace bien, no hay contradicción entre el ayer y el mañana.
Las rutas de Custom NYC Tours no son solo para turistas: son para quienes quieren entender por qué una gárgola en un edificio de 1930 puede conmover más que un NFT. Y la Art Deco Society of New York, lejos de ser una organización de nostálgicos, es ahora una cantera de experiencias, una brújula para los que buscan belleza sin fecha de caducidad.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
El jazz retroglamour no es pasado, es presente con memoria
Nueva York mezcla Art Deco y tecnología sin perder el alma
El futuro también viste de lentejuelas y suena en vinilo
¿Será este retorno al jazz y al glamour un simple paréntesis o una nueva forma de mirar el mundo? ¿Estamos bailando hacia atrás para no perder el rumbo? ¿O es que, quizás, el futuro solo puede ser elegante si no olvida cómo empezó el compás?
Sea como sea, en Nueva York, cuando la noche cae y el saxofón se eleva por encima de las azoteas, todo parece tener sentido. Aunque solo dure lo que dura una canción.