05/29/2017 – John F. Kennedy fue un idealista sin ilusiones
Una noche de 2017 el Smithsonian American Art Museum organizó una celebración de aniversario. Pero el invitado de honor estaba ausente. El presidente John F. Kennedy, si hubiese vivido, habría cumplido cien años el primer día de la semana, el veintinueve de mayo.
El patio estaba lleno de amigos de la familia Kennedy, ex- becarios de la campaña de Robert F. Kennedy en mil novecientos sesenta y ocho para presidente y del personal del Senado de Edward M. Kennedy, biógrafos de Kennedy y, algunos Kennedys reales, incluyendo a Caroline Kennedy, la hija del presidente.
La audiencia la recibió calurosamente y ella se dejaba querer. Los oradores se refirieron, al Presidente Trump, quien ahora se sienta en el escritorio donde Kennedy trabajó una vez. Era bastante difícil escapar de la sensación de que el legado de Kennedy – la América que imaginó e intentó edificar – está en declive.
Es bastante difícil imaginar a un presidente como Kennedy aceptando que algún día un sucesor tendría las formas, del Sr. Trump. Lo que Kennedy llamó “la política de la persuasión”, en contraposición a “la política de enfrentamiento violento”, está hoy en las filas perdedoras. Ya advirtió de este riesgo el presidente Kennedy.
El legado de Kennedy ha sido bastante difícil de determinar. Ha sido inflado, exaltado, disputado y desgastado desde que fue asesinado. Una gran parte de ello radica en el reino del sentimiento. Su agenda familiar, la Nueva Frontera, se había atascado fundamentalmente por el último de sus mil días en el cargo. Su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, recibe con razón el reconocimiento de haber efectuado muchas de esas ambiciones -una ley de derechos civiles, Medicare, una reforma educativa, una reforma fiscal, un extenso programa de lucha contra la pobreza- tras la muerte de Kennedy. No extraña que la atención, en las décadas siguientes, haya estado en el estilo de Kennedy: su mirada moderna, su ingenio, su voluntad y estilo de ejercer el poder.
No obstante, esto es poco Kennedy. Los tiempos demandan nueva invención, innovación, imaginación, resolución. Esto mismo afirmaba Kennedy en mil novecientos sesenta, en su alegato de aceptación en la Convención Nacional Demócrata, y esto es lo que ofreció e inspiró. Si bien no se separó demasiado del liberalismo de Franklin D. Roosevelt y Harry Truman, lo infundió con una nueva emergencia y claridad.
El ex- presidente Barack Obama, en un alegato pronunciado el siete de mayo en la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy en la ciudad de Boston, observó que “para aquellos de nosotros de cierta edad, los Kennedy” -incluía a Robert y a Ted- simbolizaban un conjunto de valores y actitudes sobre la vida civil. La idea de que la política en verdad puede ser noble y valiosa. La noción de que nuestros inconvenientes, si bien significativos, jamás son imposibles de solucionar. La creencia de que la promesa de América podría abrazar a aquellos que una vez habían sido dejados atrás. La responsabilidad que cada uno de nosotros tiene de jugar un papel en el destino de nuestra nación y, en razón de ser estadounidenses, juegan un papel en el destino del planeta “. Esa es una definición tan buena del legado Kennedy como cualquiera.
Cada ideal en la lista de Obama está bajo ataque en 2017. La nobleza del servicio público, por una parte. Cuando el patriarca de la familia, Joseph P. Kennedy, hizo su fortuna, fue en parte para fomentar sus ambiciones políticas, para él y sus hijos. “Mi padre siempre y en todo momento me dijo que todos y cada uno de los hombres de negocios eran unos hijos de puta”, afirmó John Kennedy una vez, sin ironía. Los Trumps lo llevan grabado en su cabeza, usando la Casa Blanca como una herramienta de marketing, una marca de lujo con fines de lucro.
La idea de Kennedy de que la promesa de América pertenece a todos, aun a los más pobres sirve de mofa a Trump si nos atenemos a su presupuesto. Reduciría los apoyos que impiden que las familias se hundan más en la pobreza: Medicaid, préstamos estudiantiles, pagos por incapacidad, cupones de comestibles. El presupuesto del Sr. Trump suprimiría a Vista, un programa propuesto por Kennedy (y creado por Johnson) que recluta voluntarios para servir a comunidades de reducidos ingresos.
La promesa de Kennedy de actuar como “amigos fieles” de los aliados de E.U. ha dado paso a la presunción autodestructiva del “America First”. El señor Trump encarna lo que Kennedy advertía que podía ocurrir. En ese día en la ciudad de Dallas, en un alegato que había preparado. Los demagogos hacen razonamientos “completamente extraños a la realidad”, engañándose a sí mismos pensando que “la fuerza no es sino una cuestión de consignas”.
Los demócratas andan inseguros y no están preparados.