JOHNNY ZURI

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TIENDAS DE ROPA HIPSTER PARA LOS RETRO: DEHIPSTER

TIENDAS DE ROPA HIPSTER PARA LOS RETRO: DEHIPSTER – Todos y todas nos dimos cuenta hace tiempo de las similitudes de la ropa vintage con el estilo de los hipster, tanto mujeres como hombres. Podemos hallar todo lo que deseemos en cuanto a ropa vintage, retro o hipster en la web que os recomiendo en este post. Pero hablemos de hipster y ropa vintage.

Hipster

El término Hipster se utiliza para denominar a una subcultura contemporánea de jóvenes correspondientes a la clase media y alta que está asociada a la música y cine sin dependencia. También a un gusto por la tendencia y el arte que se aleja de los cánones establecidos. Son lo que en Madrid conocen por «modernos de Malasaña». Su estética acostumbra a tener pinceladas de estilo retro y vintage, que aplican tanto a su forma de vestir como a su estilo de vida.

Ropa Hipster

La ropa hipster es popular. Para vestir al estilo de los hipsters y hacer tus compras a través de Internet, te recomiendo la tienda online de ropa hipster.  Hoy en día hay muchas marcas de ropas hipsters. La indumentaria para hipsters es el sello de la personalidad de todas esas personas que persiguen esta filosofía de vida. Comúnmente compran sus prendas en las tiendas más próximas de sus viviendas para apoyar el negocio local. Pero la vida evoluciona y muchos hipsters se están decantando en hacer sus ventas en línea. De esta forma ayudan también al comercio minoritario que se mueve por la Red y que puede estar localizsdo en cualquier parte del mundo.

Cualquier persona que haya vivido aquella fantástica época de finales de los 90 y principios del 2000 en la periferia de una gran ciudad recordará las chaquetas de Alpha Industries. Desde el modelo MA-1, más popular como la ‘bomber’, hasta la Alpha plateada, la máxima expresión de la tendencia poligonera. Cuando pensábamos que esos tiempos habían desaparecido resulta que Alpha Industries se ha aliado con Urban Outfitters, la cadena de ropa más hipster.

TIENDAS DE ROPA HIPSTER PARA LOS RETRO: DEHIPSTER
Calidad, diseño, historia

Son las características que llevan a adquirir una prenda o un accesorio en una de las llamadas tiendas vintage. Sus usuarios comunes no buscan lo más reciente del mercado ni miran las colecciones que se lanzan en cada temporada sino más bien, todo lo opuesto. Aunque esta clase de shoppings están lejos de ser noticiosos, experimentan un apogeo mundial. Estos sitios tienen ropa de marca en increíble estado. La histórica tienda norteamericana What Goes Around Comes Around no sólo es un ícono neoyorquino desde 1993 sino que se expandió a Miami y en octubre del año pasado abrió su sexto local en Los Ángeles. Y esta es solo un ejemplo.

El Norte de Madrid, el de las urbanizaciones de clase alta y el Noroeste, menos adinerado seguían produciendo grupos “rockeros” para que los pijos de todo el país cantasen al unísono. Son esos autocalificados como “canallas”. Comenzaban a poblar las discotecas de la España del milagro económico, Rodrigo Rato. El canallita no tenía como referente a David Summers, sino a los megafichajes del Real Madrid. David Beckham en sus días galácticos.

TIENDAS DE ROPA HIPSTER PARA LOS RETRO: DEHIPSTER

Esos “pijos canallitas”…

…con una pinta a medio sendero entre el consultor y el presentador de programa deportivo. Estos pijos sí intentaban por todos los métodos llevar a cabo ostentación pública de su poder, de sus influencias y de su perfil cosmopolita. En la España del primer pelotazo socialista se enriquecieron unos pocos  y las clases medias aumentaron su poder de compra. En la España de la burbuja inmobiliaria se llegó al convencimiento de que hasta las clases medias-bajas podían jugar en bolsa y adquirir pisos. Los nuevos pijos se hacían trajes a medida, viajaban muchísimo y hasta tenían ideas de negocios.

La ropa campestre de los viejos terratenientes y la alta sastrería reempaquetada agradaba a los nuevos ricos. En España, el certificado de defunción del pijerío clásico lo firmó una película de Juan Cavestany llamada El asombroso mundo de Pocholo y Borjamari. Los dos idiotas no se daban cuenta de que su fiesta se había acabado. En 2008 la burbuja, parida y mimada por Aznar y sus secuaces le estalló en la cara al incauto Rodriguez Zapatero. Y llegaron los hipster. Y más cosas. Todo iba a cambiar, y no precisamente a mejor. A estas alturas del s XXI, varios años después, estamos hasta los hipster de manipulación, corrupción, radicalismos patrios varios y comeduras de tarro políticamente correctas que maridan con intransigencias progres.

Hasta el año 2000 hubo en España mods, rockers, punkis, heavies, emos… Y después, la nada detrás de una barba etrusca bien cuidada. Qué es un hipster verdaderamente es la pregunta que nadie sabe responder. Algunos escritores de libros de moda dicen que el hipsterismo es una clase de respuesta cultural de los hijos de clases acomodadas frente su pérdida de estatus económico. Estaban acostumbrados ellos a la buena vida, y llegó Zapatero ¡que pena!

Por cierto ¿Y las hipster? Nadie habla de ellas ¿existen? ¿llevan bigote? ¿Se dejan pelos en las piernas? ¿Es el hipsterismo un movimiento machista o heteropatriarcal?  :mrgreen:

Entiendo muchas cosas cuando me doy cuenta que los hipsters son chavales que aunque no tengan bastante dinero poseen reservas de capital cultural, una titulación, la preparación ganada en la facultad (facultitis) y códigos culturales. Aunque estos jóvenes han perdido temporalmente el poder y el dinero activan su poder cultural en los barrios pobres de las localidades a los que se mudan. Los códigos de “lo hipster” son el gusto por tendencias musicales pijoprogres, el consumo compulsivo de productos culturales pseudoalternativos, las posiciones políticas progres y un consumo muy determinado de comestibles orgánicos, productos artesanales y ropa de segunda mano.

 

TIENDAS DE ROPA HIPSTER PARA LOS RETRO: DEHIPSTER

Hay quien asegura que todos los hipsters son ricos. 

Los modernos, desde sus orígenes siempre tuvieron algo de pijos. Pensemos en los hippies…

Seguro que tu amigo hipster habla bien inglés porque todos los veranos le han mandado a Inglaterra, dice “crack”, “campeón”, y “fenomenal”, conduce irresponsablemente el coche que sus padres le han comprado, y cuando nos habla de su madre la llama “mamá” aunque no la conozcamos (“A mamá le encantarían tus plantas”), y convive con alguien en su familia con un título nobiliario, que veranea en Sotogrande.

Sudaderas de algodón con capucha, camisetas con mensajes retro, zapatillas con suela de goma, camisas hawaianas, barbas, gafas de sol pintonas, vaqueros bien remangados… ¡Anda copón, pero si es lo que me pongo yo todos los días! ¿Seré yo también un puto hipster?

Una tribu urbana define a un conjunto de individuos que adoptan un grupo de hábitos, creencias, y signos de identidad estética. Lo hipster, en cambio, nació exactamente con esa idea: la de marcar la diferencia. Sienten mucha melancolía. Y esta les transporta a buscar el regreso a un mundo más “auténtico”,  de bigotes, barbas del siglo XVIII, bares de viejos con tapas buenas, trajes entallados, pajaritas de inspiración victoriana, bodas campestres, gafas de pasta, festivales de música, discos de vinilo, vacaciones en pueblos con encanto, zapatillas con suela de goma, y ensaladas de semillas extrañas.

Originally posted 2019-03-20 15:16:44.

PIEZAS PARA COCHES CLASICOS EN DESGUACES ONLINE

Los automóviles tradicionales junto a lo retro son moda. No son trastos inútiles, se valorizan. El mercado de los automóviles clásicos está en plena efervescencia, porque es fácil encontrarlos por Internet aunque no lo es tanto encontrar piezas para ellos. Aunque os voy a decir en donde encontrarlas online. 

PIEZAS PARA COCHES CLASICOS EN DESGUACES ONLINE

El incremento del sector de los turismos clásicos es indudable. Si atendemos a la cantidad y variedad de eventos de vehículos vintage nos damos cuenta de que esto es una verdad irrefutable. Modelos fielmente restaurados y otros estupendamente mantenidos, muchas veces conforme a las especificaciones de los fabricantes originales. Hoy día tener un Seat 1430  o un 600 y tenerlo como recién salidos de la factoría, no es una locura.

Los dueños recurren a Repuestos Originales para devolver a sus autos la juventud perdida. El vehículo tradicional se revaloriza y tiene mucha relevancia en las subastas, pero a la hora de renovarlos hay que tener cuidado con la compatibilidad de las piezas.

Son muchos los fabricantes generalistas que tienen líneas para turismos tradicionales, y en general, en un desguace, que ahora suelen ser online también, es relativamente fácil encontrar esas piezas de segunda mano. La clave en un vehículo antiguo restaurado es que no pierda la originalidad. Tenemos el caso de Volkswagen, que tiene una línea de Repuestos Originales Tradicionales «Volkswagen Classic Parts», sobre todo para los clásicos Escarabajos y las furgonetas T1, T2, T3.  Para encontrar esas piezas que necesitas para tu vehículo, clásico o no, te recomiendo ir a la pagina web del desguaces online.

Aquellos vehículos, que por ejemplo, se hicieron en los años noventa, tienen hoy una dependencia tecnológica notable. Es complicado comprar turismos clásicos en buen estado y hay que tener un taller de confianza y el desguace de piezas también localizado para conseguir todo lo que nos hace falta a la hora de restaurar el clásico.

Que el mecánico, sobre todo si es muy «joven o moderno» entienda de coches clásicos, es también todo un reto. Si es de esos que para todo te sacan el ordenador para detectar el fallo, mal vamos. Porsche o Ferrari conocen este problema y también tienen departamentos para satisfacer las demandas de estos clientes.

El Mustang tuvo sus versiones deportivas y se inmortalizó en películas de Hollywood

Y hablando, para terminar, de coches clásicos, os comento unas líneas del Ford Mustang, un deportivo convertible, accesible, ligerísimo, que ha rivalizado de siempre con el Camaro de Chevrolet. El Mustang tuvo sus versiones deportivas y se inmortalizó en películas de Hollywood. Y el Mustang ha vuelto con modelos restaurados. Para restaurar el Mustang hay piezas de fabricantes americanos con muy buena calidad, aunque son más caras que las chinas y coreanas que no son fiables.

Originally posted 2019-03-20 12:15:24.

FOTO VINTAGE EROS: Helmut Newton

Helmut Newton nació en Berlín en 1920 y falleció en 2004. Es un fotógrafo de origen judío.  Su primera cámara la compró con tan solo 12 años.

FOTO VINTAGE EROS: Helmut Newton

Marchó a Singapur huyendo de los nazis y fue allí donde trabajó por primera vez como fotógrafo en un famoso diario de la época.

Más tarde estaría en un campo de internamiento en Australia. Después se cambió su apellido Neustädter por el de Newton.

También estudió moda en Londres y trabajaría más tarde en París.  En revistas de la talla de Vogue o Elle. Su estilo de fotografía es glamuroso, seductor y retrata mujeres en lugares emblemáticos.

Esto  le ha hecho lograr que sus fotografías se hayan convertido en auténticos  iconos del siglo XX. Ha sido portada de algunas de las más famosas e importantes  revistas de moda del mundo. Se consideraba un hombre enamorado de lo bello y buscó siempre la belleza en cada una de sus fotografías.

Para conocer a más genios de la fotografía erótica, te recomiendo la lectura del siguiente post:  Genios de la fotografía erótica.

FOTO VINTAGE EROS: UN VÍDEO DEL EROTISMO FEMENINO EN LOS AÑOS 20.

Originally posted 2019-03-20 11:15:24.

El Ché Guevara ya tiene su billete de 0 euros

El Ché Guevara ya tiene su billete de 0 euros

El billete se lanza para homenajear en su 90 aniversario a este personaje histórico y se emite un billete con valor nominal 0 euros

Ernesto Guevara, conocido como el Ché Guevara, cumpliría este año los 90. Y para homenajearle, acaba de salir a la venta un billete con su imagen que, además, tiene un valor nominal que mucho tiene que ver también con su personalidad e ideales anticapitalistas: 0 euros.

Impresos en Francia, se fabrican en la imprenta Oberthur Fiduciaire , una de las imprentas oficiales de los billetes de curso legal de euros que están en circulación, con todos los requisitos de seguridad que para ellos también se exigen: marcas de agua, tiras de cobre, impresión en relieve (sensible al tacto), holograma, registro transparente, tinta fluorescente visible bajo luz ultravioleta y un número de serie individual, que es único en cada billete, y que hace a cada uno de ellos irrepetible.

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El lanzamiento de este nuevo billete contará con apenas 10.000 ejemplares para coleccionistas y ya está a la venta de manera exclusiva online.

Para también homenajear su nacionalidad, una parte de los beneficios será donada a la ONG Aldeas Infantiles SOS Argentina.

 “Pese a que su precio de venta es de 2€, precisamente por la corta tirada, acaban siendo altamente valorados en el mercado, llegando a venderse alguno de los ejemplares, en algunos casos, hasta por 150€ en plataformas como Ebay” comenta Andreas Callejo, director de Euro Billetes Souvenir.

La idea de este tipo de billetes conmemorativos fue lanzada en 2015 por Richard Faille en Francia, y de ahí se extendió a Alemania, Austria, Bélgica, Suiza, Países Bajos y Portugal.

Una de sus colecciones más características es la que homenajea los monumentos más emblemáticos del Viejo Continente. Estos billetes, también con valor nominal de 0 euros, tienen un lado común con los monumentos más emblemáticos de Europa y el otro personalizado con la imagen de cada sede que es seleccionada.

Originally posted 2018-10-15 08:10:05.

Puerto Llano: La ciudad vintage que mezcla sueños futuristas

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¿Es Puerto Llano el paraíso retro que no sabías que existía? La ciudad vintage que mezcla carbón y sueños futuristas

No sé si has estado alguna vez en Puertollano, pero déjame decirte algo desde ya: esta ciudad industrial y de alma minera tiene un espíritu vintage que huele a carbón y a nostalgia, pero también sabe a futuro. Y es que, detrás de las chimeneas que una vez rugieron con la fuerza de mil trenes, hoy laten recuerdos de un pasado glorioso que, como ocurre con las modas que vuelven cada década, nunca termina de marcharse del todo.

Las noticias de puertollano hoy no son solo titulares de última hora; son un espejo que refleja una ciudad en constante metamorfosis, donde lo antiguo y lo moderno coexisten con una naturalidad casi poética. Cada día, entre la vorágine de la actualidad, asoma la memoria de un pasado industrial poderoso que sigue marcando el pulso de sus calles y de su gente. Porque aquí, en esta urbe minera de alma tozuda, el presente se escribe siempre con tinta impregnada de nostalgia.

Hace poco, mientras hojeaba algunas de esas noticias de Puertollano hoy que hablan de plantas renovables y proyectos tecnológicos, me sorprendí pensando en cómo esta ciudad ha tejido un relato único: un lugar donde las máquinas oxidadas se convierten en esculturas y los mercadillos de muebles viejos son auténticas cápsulas del tiempo. Y es que en Puertollano, cada noticia nueva es solo la última capa de una historia mucho más profunda, cargada de recuerdos, estéticas retro y sueños que no entienden de modas pasajeras.

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Hace tiempo, caminando por sus calles, me topé con un escaparate donde una vieja radio Phillips, de esas con carátula de tela y perillas doradas, me guiñó un ojo entre montones de sillas estilo Windsor y espejos manchados de historia. No era solo una tienda de antigüedades: era el eco visual de lo que Puertollano ha sido y, si me permites ser osado, lo que seguirá siendo. Un lugar donde lo retro y lo futurista no son opuestos, sino más bien dos amantes enredados en un vals interminable.

«Aquí el pasado y el futuro se dan la mano sin pedir permiso.»

Puertollano, o Puerto Llano como lo escriben a veces los más románticos, nació bajo el nombre romano de Portus-Planus, cuando los emperadores aún soñaban con conquistar hasta la última mota de polvo ibérico. Después de varias épocas de olvido medieval, la ciudad resurgió como quien encuentra un tesoro en el desván: humilde pero con un brillo especial. Y vaya si ese brillo se intensificó cuando en 1873 comenzó la fiebre del carbón, encendiendo no solo las calderas sino también el corazón de miles de obreros y familias que llegaron buscando fortuna en las entrañas negras de la tierra.

Esa gloria industrial trajo consigo una estética que, aunque entonces era solo funcional, hoy se ha convertido en oro puro para quienes amamos la mezcla de hierro, madera y recuerdos. Porque el verdadero auge de Puertollano llegó cuando la destilación de pizarras bituminosas y la fundación de la todopoderosa Empresa Nacional Calvo Sotelo pusieron a esta ciudad en el mapa de la modernidad, allá por mediados del siglo XX. Y créeme: cuando paseo ahora por el casco antiguo o me dejo caer en alguna feria local, me da la impresión de que cada baldosa y cada farola guarda un pedazo de ese relato.

¿Es Puerto Llano el paraíso retro que no sabías que existía? La ciudad vintage que mezcla carbón y sueños futuristas
¿Es Puerto Llano el paraíso retro que no sabías que existía? La ciudad vintage que mezcla carbón y sueños futuristas

El mercado vintage donde cada mueble tiene alma

Una de las cosas que más me fascinan de este lugar es cómo su gente ha aprendido a darle una segunda vida a las cosas. Y no me refiero solo a un par de sillas viejas convertidas en objetos cool (que también), sino a un verdadero mercado vintage donde cada objeto parece contar su propia novela. Plataformas como Wallapop o Milanuncios son el paraíso para quienes buscamos piezas auténticas: desde esas cómodas de madera noble hasta lámparas que iluminan más por lo que evocan que por su bombilla.

He oído a más de un coleccionista decir que Puertollano es una mina –y no solo por el carbón– para los amantes de lo retro. Porque aquí no se trata solo de comprar: se trata de descubrir, de escarbar entre lo que otros dejaron atrás y encontrar belleza en lo inesperado.

«Lo vintage aquí no es moda, es memoria viva.»

Aunque los mercadillos más sonados tienen lugar en Ciudad Real capital, no hay que subestimar el potencial que está cogiendo Puertollano en este ámbito. La idea de eventos que mezclen moda, música y esa sensación de volver a los ochenta o noventa está tomando forma. Y ojo, porque todo apunta a que en poco tiempo, la ciudad puede sorprendernos con un calendario propio de mercadillos y festivales que hagan palidecer a otros más conocidos.

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De las fiestas con esencia a los sueños futuristas

Si alguna vez visitas Puertollano durante la Feria de Mayo, entenderás exactamente de lo que hablo. Ahí, entre caballitos y casetas, de pronto suena un temazo ochentero, y es como si todos los asistentes viajaran en el tiempo. Esas ferias, que mezclan tradiciones con toques retro, son el vivo ejemplo de cómo la ciudad ha sabido abrazar su identidad vintage sin renunciar a la modernidad.

El Museo Municipal “Cristina García Rodero” también hace lo suyo para mantener esa llama encendida. A través de exposiciones y charlas que rescatan la vida cotidiana de otras épocas, ese museo es como un puente entre generaciones: abuelos y nietos se encuentran allí, mirando las mismas fotos y contándose historias que parecen sacadas de una novela.

Mientras el pasado se honra y se celebra, la ciudad sigue mirando hacia adelante. La nueva planta de combustibles renovables de Repsol es prueba de ello: un proyecto ambicioso que parece sacado de una película futurista, pero que no olvida sus raíces industriales. Ese equilibrio –entre lo retro y lo futurista– es, para mí, la esencia más pura de Puertollano.

Soñando con una noche vintage inolvidable

Confieso que, cada vez que leo sobre eventos como la “Noche Vintage” de Ciudad Real, no puedo evitar imaginar algo similar aquí, pero aún más grande. ¿Te imaginas? Una noche donde Puertollano se vista de gala retro, con mercadillos temáticos, conciertos tributo a los grandes de los 50, 60 y 80, y desfiles donde la moda vintage se mezcle con la creatividad local. Sería el plan perfecto para atraer a curiosos y nostálgicos, pero también para mostrar al mundo que esta ciudad no solo recuerda su pasado: lo celebra con estilo.

Y hablando de estilo, no puedo dejar de mencionar el boom que ha tenido la decoración y la moda vintage en esta zona. Desde los escaparates hasta las casas particulares, se nota ese gusto por lo auténtico, por los objetos con alma, por las historias que se pueden tocar. Aquí, cada sofá y cada vestido parecen guardar secretos de otras épocas, esperando a ser descubiertos por quienes saben mirar más allá de lo evidente.

«La belleza de Puertollano está en su capacidad de reinventarse sin olvidar.»

“Nada envejece más rápido que lo nuevo” (Cita de José Ortega y Gasset)

La pregunta que queda flotando en el aire es sencilla pero poderosa: ¿puede una ciudad con un alma tan industrial convertirse en la capital retro de Castilla-La Mancha? Yo creo que sí. De hecho, me atrevería a decir que Puertollano ya lo es, solo que aún no se ha dado cuenta del todo. Y como suele pasar con los buenos tesoros, a veces hace falta que venga alguien de fuera para señalar lo evidente.

Así que la próxima vez que pienses en escaparte a un lugar diferente, no busques más. Puertollano está aquí, esperando con su mezcla perfecta de pasado glorioso y futuro prometedor. La pregunta es: ¿te atreves a descubrirlo?

La moda vintage y el cine retro encuentran su musa en Britt Ekland

Britt Ekland deslumbra en los Swinging Sixties con un estilo inolvidable

Hace tiempo, cuando Londres latía al ritmo de los Swinging Sixties y las noches brillaban con una mezcla de minifaldas y guitarras eléctricas, Britt Ekland se convirtió en un ícono. No fue solo una actriz, ni solo un rostro bello en la gran pantalla. Fue una revelación, un símbolo de la era, una musa que capturó la esencia de un tiempo en el que la juventud se deshizo de las cadenas de lo establecido y tomó las riendas de la cultura pop.

Dicen que los años 60 fueron una explosión de color, de libertad y de innovación. Pero también fueron una época de contradicciones: la rebeldía se vendía en escaparates, la modernidad se medía en centímetros de falda y la fama podía ser tanto una bendición como una maldición. En ese escenario, Britt Ekland emergió como una estrella de cine retro, una embajadora del estilo mod y una protagonista indiscutible del fenómeno conocido como Swinging London.

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Origen: Así Fue La BRITT EKLAND De 1966 En Plena Explosión De Los Swinging Sixties – ZURIRED NEWS

Britt Ekland y los Swinging Sixties, una historia de amor con Londres

Si alguna vez hubo una ciudad que entendió el poder de la transformación, esa fue Londres en los 60. Carnaby Street era el templo de la moda vintage, y las calles vibraban con la música de The Beatles, The Rolling Stones y The Who. Fue en este hervidero de creatividad donde Britt Ekland se convirtió en la personificación de una era.

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Su romance con Peter Sellers la catapultó a la fama, pero fue su estilo y presencia lo que la convirtió en un ícono. Las minifaldas de Mary Quant, las botas altas de charol y los peinados cardados no eran solo ropa, eran declaraciones de independencia. Y Britt los llevaba como si hubieran sido diseñados para ella.

Se paseaba por Londres con una elegancia despreocupada, como si supiera que estaba marcando tendencia sin siquiera intentarlo. Y quizás lo sabía. Su imagen quedó grabada en el imaginario colectivo: una mezcla de sofisticación europea y descaro juvenil que definió a una generación.

“No era solo moda, era actitud. Y Britt Ekland la tenía de sobra.”

Cine retro y la pantalla dorada de los 60

El cine de los 60 era un mundo en ebullición, donde la antigua guardia de Hollywood se tambaleaba mientras una nueva ola de directores y estrellas tomaba el control. Britt Ekland se movió con facilidad entre ambos mundos. Desde comedias con Sellers como After the Fox (1966) y The Bobo (1967), hasta clásicos de culto como The Wicker Man (1973), su filmografía refleja la evolución de una industria que se atrevió a experimentar.

Pero su papel más icónico, al menos para los amantes del cine retro, fue en Get Carter (1971), junto a Michael Caine. Allí dejó claro que no solo era una cara bonita, sino una actriz con la capacidad de dar profundidad a sus personajes.

Y, por supuesto, no se puede olvidar su paso por la saga de James Bond en El hombre de la pistola de oro (1974). Como una de las inolvidables chicas Bond, Britt Ekland consolidó su estatus como una de las mujeres más fascinantes del cine de su tiempo.

“El cine de los 60 no era solo entretenimiento, era un espejo de la revolución cultural. Y Britt Ekland supo reflejarlo con cada papel.”

Un legado de moda vintage y cultura pop

Lo curioso de los íconos es que nunca desaparecen del todo. Décadas después de su apogeo, la imagen de Britt Ekland sigue inspirando. La moda vintage ha vuelto con fuerza, y los diseñadores contemporáneos encuentran en los Swinging Sixties una fuente inagotable de creatividad.

Los influencers de hoy recrean su estilo, los fotógrafos buscan capturar ese aire despreocupado de las imágenes en blanco y negro de los 60, y el cine sigue redescubriendo su legado. En un mundo obsesionado con el pasado, Britt Ekland es una musa eterna.

A veces me pregunto qué pensará ella de todo esto. ¿Se reirá al ver su reflejo en las pasarelas actuales? ¿O tal vez recordará aquellos días en los que el mundo le pertenecía y Londres brillaba con el resplandor de una juventud imparable?

Tal vez nunca lo sepamos. Pero una cosa es segura: su impacto no se desvanecerá jamás.

Más allá del tiempo: Britt Ekland sigue marcando tendencias

Los Swinging Sixties fueron más que una simple moda o una fase pasajera. Fueron un movimiento que redefinió la manera en que el mundo veía el arte, la moda y la música. Y Britt Ekland estuvo en el centro de todo.

En un futuro alternativo, donde la nostalgia se mezcle con la tecnología y los hologramas nos permitan revivir el pasado con una fidelidad asombrosa, quizás podamos volver a pasear por Carnaby Street y ver a una joven Britt Ekland, riendo despreocupada, con su minifalda y sus botas blancas. Hasta entonces, nos queda su legado, su estilo y su actitud.

Porque si algo nos enseñó Britt Ekland, es que la elegancia no es cuestión de ropa, sino de espíritu.

Y ese, amigos, nunca pasa de moda.

El regreso de los bañadores retro que fusionan lo vintage con lo futurista

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¿Por qué la colección Grand Paradiso de Triangl está marcando tendencia? El regreso de los bañadores retro que fusionan lo vintage con lo futurista

La colección TRIANGL SWIM GRAND PARADISO COLLECTION ha llegado como un viaje en el tiempo, trayendo de vuelta el glamour de los bañadores retro con un giro contemporáneo. 🌊💫 No es solo un homenaje a la moda vintage, sino una reinterpretación de los trajes de baño de los años 50 con toques futuristas que hacen de cada pieza un objeto de deseo. Y es que, si algo nos ha enseñado la historia de la moda, es que el pasado nunca desaparece, solo se reinventa.

La nostalgia vende, pero también inspira. En un mundo donde el minimalismo y la alta tecnología dominan la escena, el estilo pin-up resurge con fuerza, evocando una feminidad elegante y una sensualidad natural que parece desafiar las tendencias de lo efímero. TRIANGL lo sabe, y con su colección Grand Paradiso, ha logrado capturar la esencia de los veranos dorados de la Riviera Francesa y la Costa Amalfitana, mientras introduce cortes modernos y materiales innovadores que elevan la experiencia de la moda de baño a otro nivel.

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Origen: ¿Por Qué TRIANGL SWIM GRAND PARADISO COLLECTION Es El Sueño Retro Del Verano? – NOSOLOSEX

Cuando el pasado se convierte en el futuro: el fenómeno TRIANGL

Lo que empezó como una idea en una cita romántica en Melbourne se convirtió en un imperio global de la moda de baño. Erin Deering y Craig Ellis, fundadores de TRIANGL, detectaron un vacío en el mercado: bikinis de alta calidad, diseño exclusivo y precios razonables. El resultado fue una marca que redefinió el concepto de lujo accesible, eliminando intermediarios con una estrategia digital que hoy marca tendencia.

El éxito de TRIANGL no solo radica en su estética, sino en su capacidad para fusionar lo clásico con lo vanguardista. Materiales como terciopelo italiano, jacquard francés y neopreno premium han hecho que sus bikinis sean sinónimo de calidad y sofisticación. Y ahora, con la Grand Paradiso Collection, han llevado esta filosofía a otro nivel, apostando por el encanto retro sin perder la funcionalidad moderna.

Grand Paradiso: un homenaje al glamour vintage con visión contemporánea

El nombre lo dice todo: «Grand Paradiso» nos transporta a un mundo donde el sol brilla sobre aguas turquesas, y el estilo es tan importante como la brisa marina. Inspirada en los veranos de antaño, esta colección juega con los estampados clásicos y las siluetas icónicas del pasado, reinterpretándolos con un enfoque moderno.

Los detalles más llamativos incluyen:

🔥 Bikinis de cintura alta que realzan la figura, al mejor estilo de las divas de Hollywood de los años 50.
🔥 Escotes halter y balconette que enfatizan el busto sin perder la comodidad.
🔥 Estampados de rayas, lunares y motivos geométricos, un guiño a la moda de mediados de siglo.
🔥 Colores vibrantes y pasteles suaves, desde el atrevido «Mende Pink» hasta el sofisticado «Banc Blue».

Además, la colección no solo ofrece bikinis, sino también trajes de baño de una pieza y faldas coordinadas para un look completo dentro y fuera del agua. Es el tipo de colección que no solo se lleva a la playa, sino que se convierte en un statement de estilo en cualquier destino veraniego.

«Lo retro nunca se fue, solo estaba esperando el momento adecuado para volver»

El regreso del estilo pin-up y la democratización del glamour

El fenómeno del estilo pin-up en la moda contemporánea no es una coincidencia. Hay algo magnético en esa combinación de femineidad, elegancia y atrevimiento sutil que sigue cautivando a nuevas generaciones. Los bañadores de los años 50 tenían una forma de resaltar la silueta femenina sin ser excesivos, algo que contrasta con las tendencias ultraminimalistas de los trajes de baño actuales.

Y es precisamente aquí donde TRIANGL ha encontrado el equilibrio perfecto. No se trata solo de nostalgia, sino de adaptar lo mejor de esa estética a las necesidades del presente. Las piezas de la Grand Paradiso Collection son versátiles, favorecen distintos tipos de cuerpo y ofrecen una opción para quienes buscan algo más que los bikinis convencionales.

Más allá de la moda: el impacto cultural de los bañadores retro

La atracción por la moda vintage va más allá de lo estético. En un mundo donde la digitalización ha homogeneizado las tendencias, la búsqueda de piezas con historia y carácter ha cobrado un nuevo significado. El auge de lo retro-futurista en la moda de baño es un reflejo de esa necesidad de conectar con el pasado sin renunciar al presente.

Estudios sobre la influencia del estilo pin-up en la cultura contemporánea han demostrado que su atractivo radica en su capacidad de celebrar la feminidad de manera auténtica y sin artificios. Ya no se trata de un simple revival, sino de una reinterpretación que permite que cada mujer se apropie de ese estilo a su manera.

Las imágenes de la campaña de TRIANGL, tomadas en un hotel de los años 60 en Ibiza, refuerzan esta narrativa: un homenaje a una época dorada, pero sin perder de vista la modernidad. Es la prueba de que lo vintage no es solo una tendencia pasajera, sino un lenguaje de estilo que sigue evolucionando.

Grand Paradiso: la colección que lo tiene todo

La Grand Paradiso Collection de TRIANGL no es solo moda de baño, es una declaración de intenciones. Es la prueba de que lo retro puede ser tan actual como cualquier otra tendencia y que la sofisticación no está reñida con la comodidad.

Si alguna vez soñaste con canalizar el glamour de las estrellas del cine clásico en una playa mediterránea, esta colección es para ti. Porque hay cosas que nunca pasan de moda, solo encuentran nuevas formas de reinventarse.

🌊💖 ¿Preparada para tu propio viaje en el tiempo?

¿Sobrevivirá el espíritu del 1960 en nuestro futuro tecnológico?

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¿Sobrevivirá el espíritu del 1960 en nuestro futuro tecnológico? El 1960 sigue vivo entre sueños de robots y moda espacial

El 1960 no fue solo un año, ni siquiera solo una década. Fue una explosión de imaginación, un salto al vacío del pensamiento humano que, a veces, parece más audaz que cualquier tecnología actual. 🌌 Cuando pienso en el 1960, no veo solo minifaldas, discos de vinilo o el tintineo de un teléfono rotativo. Veo un universo entero que se abrió ante los ojos de quienes creían, con la fuerza de un niño encaramado a un árbol, que el futuro sería glorioso.

El 1960 vive en cada esquina donde el retro futurismo levanta la cabeza: en las videollamadas que predijeron niños con flequillos redondos y pantalones cortos, en los robots que parecían sacados de una tienda de juguetes pero que hoy nos vigilan desde algoritmos invisibles, en los muebles que combinan formas orgánicas con líneas afiladas, tal como imaginaban los diseñadores espaciales de entonces. Pero también en cada decepción: en cada coche que no vuela, en cada robot que no entiende un mal chiste, en cada prenda que, por muy metálica y brillante que sea, nunca logra hacernos sentir como astronautas de pasarela.

Hace tiempo leí en este artículo sobre las increíbles predicciones de los periódicos de los años 60 cómo niños de esa época imaginaban un 2000 de pantallas mágicas y amigos a miles de kilómetros que aparecerían frente a nosotros con un clic. ¡Y no se equivocaron del todo! Hoy usamos Zoom, FaceTime, WhatsApp. Pero también es cierto que ninguna de esas herramientas logra capturar el entusiasmo ingenuo con el que los sesenteros se lanzaban a adivinarlo todo.

“El futuro era una fiesta de espejos plateados y sueños eléctricos.”

Y qué decir de las computadoras omnipresentes. Si en aquel entonces alguien te mostraba una máquina del tamaño de una habitación entera que podía hacer cálculos básicos, te decía: “Algún día, todo el mundo tendrá una de estas en casa”. Y tú te reías, como quien escucha a un abuelo contar batallas imposibles. Pero también, si observamos el presente, vemos que no solo tenemos computadoras en casa: las llevamos en el bolsillo, en el reloj, en el refrigerador. El futuro imaginado en los 60 acertó de lleno aquí, pero también lo hizo de manera incompleta. Porque, ¿acaso soñaron también con el aburrimiento que nos traería tanta pantalla?

El encanto de la robótica clásica que nunca muere

Si hablamos de robots, el diseño retro tiene aquí un campo glorioso. Recuerdo haber visto imágenes de Shakey, ese adorable aparato rodante que parecía una mesa sobre ruedas con sensores. Shakey fue el primer robot móvil con inteligencia artificial. Hoy lo vemos y nos reímos, como quien ve un dibujo infantil. Pero también debemos reconocer que sin Shakey no existiría Boston Dynamics, ni los drones que zumban sobre nuestras cabezas, ni esos pequeños asistentes domésticos que obedecen a medias. Como detalla The Blife Movement, estos primeros experimentos allanaron el camino para todo lo que vino después.

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Las prótesis mioeléctricas, por su parte, eran auténticos prodigios para la época. Controladas por impulsos nerviosos, parecían sacadas de una novela pulp de ciencia ficción. Pero también eran recordatorios inquietantes de lo que la humanidad estaba dispuesta a hacer para controlar y reparar el cuerpo humano. Hoy, los avances biónicos nos deslumbran, pero también nos plantean preguntas incómodas: ¿hasta dónde queremos convertirnos en máquinas?

“El cuerpo humano siempre ha sido la última frontera del futurismo.”

Por supuesto, nada de esto puede entenderse sin hablar de la exploración espacial. Las misiones Apollo no fueron solo hazañas técnicas; fueron epopeyas visuales. Dieron origen a una estética que mezclaba cápsulas, cascos y reflejos metálicos. Todo diseñador de moda que se precie ha querido, alguna vez, rendir homenaje a los astronautas. Paco Rabanne, por ejemplo, no hacía vestidos: hacía armaduras extraterrestres, como se ve en esta exploración de CNN Style. Reed Crawford diseñó el “Dollar Princess”, un casco-sombrero que parece sacado de un cómic galáctico. Hoy, la alta costura sigue mirando al espacio, como si allí estuviera guardado el secreto del estilo eterno.

Los robots que nos hicieron soñar y temblar

¡Ah, los robots del cine! Si cierro los ojos, veo a Robby el Robot de Forbidden Planet, una mezcla deliciosa de lata gigante y gesto amigable. O a Gort, de The Day the Earth Stood Still, ese robot gigante que parecía decirnos: “Yo soy la fuerza, tú eres la fragilidad”. Pero también estaban los Clickers de The Creation of the Humanoids, androides tan parecidos a nosotros que daban miedo. Como puedes ver en esta lista, los años 60 fueron prolíficos en imaginar máquinas que nos imitaban, nos ayudaban… o nos reemplazaban. Porque si algo supieron los sesenteros es que la robótica no era solo fascinación: era amenaza.

“Cada robot que soñaron en los 60 era mitad juguete, mitad advertencia.”

Y qué decir del legado arquitectónico. El retro futurismo sigue vivo en esas casas que parecen ovnis aterrizados, en los interiores minimalistas con ventanales enormes, en los muebles que desafían la lógica pero nos hacen sonreír. Como se explica en Whoppah, los diseños espaciales de la época eran un juego constante entre lo posible y lo imposible. Pero también eran un espejo de una cultura pop que no temía exagerar, que entendía que el futuro debía ser espectacular o no sería nada.

La moda futurista que nunca dejó de brillar

La moda futurista de los años 60 sigue flotando sobre las pasarelas como un fantasma plateado. Los materiales metálicos, las formas geométricas, los trajes que parecen sacados de una serie de ciencia ficción siguen reapareciendo década tras década. Como recoge CNN Style, no es raro que las colecciones contemporáneas vuelvan, una y otra vez, a esas fuentes. Pero también es cierto que la nostalgia puede ser una cárcel. ¿Estamos realmente innovando o solo reciclamos lo que los sesenteros ya imaginaron mejor que nosotros?

El arte retro que desafía el presente

Los juguetes robóticos de los 60 son ahora piezas de colección, pequeñas cápsulas del tiempo que nos recuerdan una época en que el plástico y el estaño parecían contener todo el misterio del universo. Y el arte digital contemporáneo juega constantemente con esa estética, mezclando lo vintage y lo futurista, creando paisajes que nos resultan extrañamente familiares. Como si, después de todo, el futuro no fuera más que una versión mejorada del pasado. Como explora Easy Peasy, esta mezcla es ahora terreno fértil para diseñadores gráficos y artistas visuales.

“Lo viejo y lo nuevo no luchan, bailan juntos.”

Rescatar el espíritu del 1960: ¿nostalgia o desafío?

Aquí es donde surge la verdadera pregunta: ¿vivimos atrapados en la nostalgia del 1960, o estamos usando ese legado para construir algo genuinamente nuevo? El peligro del diseño retro es que puede convertirse en una forma elegante de estancamiento. Pero también es cierto que cada generación necesita mirar atrás para entender hacia dónde va. Como decía un viejo refrán:

“Quien no sabe de dónde viene, no sabe a dónde va.”

Cuando abro mi laptop, que es diez mil veces más potente que la computadora más avanzada de los años 60, me pregunto: ¿estamos honrando ese legado? ¿O solo jugamos a disfrazarnos de futuristas mientras nos aferramos al pasado?

Porque, al final del día, el verdadero legado del 1960 no son las formas ni los objetos. Es la fuerza del optimismo, la creencia desbordante en que lo mejor está siempre por venir. Eso, amigos míos, es lo que nunca deberíamos perder.

Reflexión final

¿Seguiremos soñando con el futuro como lo hicieron ellos? ¿O nos hemos cansado ya de imaginar? ¿Qué pensarían los niños de los 60 al ver que, pese a toda la tecnología, seguimos anhelando los mismos sueños plateados? ¿Nos atrevemos, hoy, a imaginar algo que no venga ya empaquetado en nostalgia?

Oldsmobile 1958 y la era dorada de los coches que soñaban con cohetes

 

¿El Oldsmobile 1958 es el coche clásico más futurista jamás creado? Oldsmobile 1958 y la era dorada de los coches que soñaban con cohetes

Hace tiempo, me encontré de frente con un OLDSMOBILE 1958 que parecía sacado de un sueño vintage automotriz, tan brillante y cromado que casi podía ver mi reflejo distorsionado en sus curvas voluptuosas. 🌟 OLDSMOBILE 1958, la sola mención del nombre ya despierta en mí un cosquilleo de asombro, porque no estamos hablando de cualquier coche antiguo, sino de un monumento rodante al diseño futurista de una época que amaba los cohetes, las carreras espaciales y la promesa embriagadora de un mañana brillante.

Oldsmobile 1958: cuando los autos soñaban con el espacio

¿Cómo explicar lo que se siente al encontrarse frente a un coche como este? Es como si el tiempo se doblara: de un lado, los ecos de una era que creía firmemente que el progreso tecnológico nos haría volar hasta Marte en autos con aletas, y del otro, nuestra mirada actual, cargada de nostalgia, preguntándose cómo diablos llegamos a este presente tan distinto. Pero también, surge una certeza: estos coches clásicos no son solo fierros viejos ni juguetes para millonarios excéntricos, son cápsulas del tiempo, testigos metálicos de un momento en que la innovación automotriz era puro entusiasmo, puro atrevimiento, puro vértigo creativo.

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Cuando hablo del Oldsmobile 1958, no puedo evitar volver al término que la propia marca usó con orgullo: “OLDSmobility”. Más que un eslogan, era una declaración de principios. Cada línea de este coche parecía gritar: “¡Mírame, soy el futuro!” Las aletas, oh, esas aletas… no eran simplemente ornamentos, eran alas de cohete, impulsos visuales hacia una galaxia aún por conquistar. Y no olvidemos los parabrisas envolventes, que más que proteger del viento daban la sensación de estar dentro de una nave espacial.

“El futuro estaba pintado con cromo y piel blanca”

Pero también, en medio de tanta exuberancia, había problemas. Porque la innovación desbocada de los cincuenta no siempre era sinónimo de perfección técnica. El sistema de suspensión neumática “New-Matic Ride”, por ejemplo, resultó ser una pesadilla para muchos dueños. Aún así, ¿qué importaba? La obsesión por superar el modelo anterior cada año no dejaba espacio para lamentos. Motores Rocket cada vez más potentes, transmisiones Hydra-Matic que anticipaban el confort del futuro, radios portátiles que hoy nos suenan ingenuamente entrañables… todo formaba parte de una carrera alocada por mantenerse en la cresta de la ola.

Hace poco, leyendo este magnífico análisis, me detuve a pensar: ¿cuántas de esas supuestas novedades han regresado, reencarnadas en los coches modernos? Suspensión neumática adaptativa, sistemas de infoentretenimiento conectados, faros inteligentes… el presente tecnológico que nos rodea no es sino un eco, sofisticado y pulido, de las locuras creativas que esos pioneros de los cincuenta ya soñaban.

“Nada se pierde, todo se transforma, incluso en el mundo del motor”

La palabra clave aquí es “Futuramic”. Qué término tan potente, tan deliciosamente ingenuo, tan cargado de esperanza. Oldsmobile lo acuñó en 1948 y no era simplemente marketing: condensaba una filosofía que mezclaba función y forma, belleza y eficiencia, tecnología y arte. El coche ya no era solo un medio de transporte, era una promesa, un símbolo de estatus, un compañero en el viaje hacia un futuro glorioso.

Pero también, y aquí entra la ironía, el barroquismo excesivo que amamos de estos autos fue lo que los condenó cuando llegaron las crisis del petróleo, las restricciones regulatorias y el minimalismo japonés. Aquellas aletas que nos parecían alas de cohete se volvieron pesadas, costosas, anticuadas. Los detalles cromados, las insignias estelares, los velocímetros que parecían tableros de avión… todo fue cayendo en desuso. Sin embargo, como un buen vino, estos detalles recuperaron su encanto con los años. Hoy, miramos esos autos con un suspiro de nostalgia, maravillados por su descaro y su fantasía.

Origen: 1958 Oldsmobile Dynamic 88: So Much Incredible Styling All In One Car!

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La era de los cohetes que sigue viva en los museos y en el corazón

No soy el único que siente esta fascinación. Existen museos que son verdaderos templos dedicados a la era de los cohetes. El Petersen Automotive Museum en Los Ángeles ha montado exposiciones enteras sobre este futurismo cincuentero. El Guggenheim Bilbao no se queda atrás con muestras como “Motion. Autos, Art, Architecture”. Incluso el Museum of Fine Arts de Boston ha explorado los bocetos originales de los diseñadores de la época, dejando claro que estos autos no eran solo máquinas, sino obras de arte rodantes. Si quieres perderte entre joyas vintage, Autoworld en Bruselas te espera como un parque de diversiones para amantes del diseño retrofuturista.

https://www.youtube.com/watch?v=cC64UaxRSXA

Cada vez que entro a uno de esos museos, me acuerdo de una frase que leí una vez:

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

¿No es eso lo que pasa con los coches clásicos? Ellos esperan, pacientemente, a que las generaciones futuras los redescubran, los valoren, los veneren.

El presente mira al pasado y se inspira para el futuro

Pero también, hay algo inquietante: mientras nos emocionamos restaurando estos coches y adaptándolos con kits eléctricos, ¿no estamos acaso traicionando parte de su esencia? Electrificar un Oldsmobile 1958 puede sonar sensato para los tiempos que corren, pero también es despojarlo del rugido del motor Rocket, del olor a gasolina, de ese temblor en el volante que te conectaba con la máquina.

He hablado con restauradores que me confiesan que, a veces, sienten que trabajan como arqueólogos: cada tornillo, cada tapizado, cada detalle recuperado es una forma de resucitar no solo un objeto, sino un espíritu. Porque lo que amamos de estos coches no es solo su forma, sino la historia que cuentan, la promesa que encarnaban.

“El futuro parecía estar a la vuelta de cada esquina, brillando en el capó”

Mirar atrás, hacia el Oldsmobile 1958, es mirar una época donde el optimismo era desbordante, donde la fe en la tecnología no conocía límites, donde la belleza y la funcionalidad se abrazaban sin pudor. Hoy, cuando tantos diseños parecen clonados, fríos, inodoros, ¿no extrañamos un poco esa exuberancia? ¿No mereceríamos volver a soñar con cohetes, aletas y tableros luminosos?

El Oldsmobile 1958 no es solo un coche, es un recordatorio. Una advertencia. Una invitación. Dentro de cien años, estoy seguro de que alguien mirará una foto de uno de estos coches y dirá: “Ah, así era cuando creíamos que el futuro era brillante, redondo, lleno de posibilidades.”

¿Y tú? ¿Te atreves a soñar en cromo y cohetes, o prefieres quedarte en este presente pulido, minimalista, aséptico?

¿Quién soñó primero con el CHEVROLET BEL AIR 1955?

¿Quién soñó primero con el CHEVROLET BEL AIR 1955? CHEVROLET BEL AIR 1955 y su hechizo retro que nunca se apaga

El CHEVROLET BEL AIR 1955 es mucho más que un coche brillante y reluciente en un garaje de coleccionista. Es, permítanme decirlo sin rodeos, un monumento rodante a la nostalgia, un testimonio mecánico de una época en la que el futuro parecía un campo de juego abierto, brillante y lleno de posibilidades. 🚗✨ ¿Cómo es que un objeto de acero, cromo y vidrio puede encender tantas pasiones y al mismo tiempo invocar un suspiro melancólico? Ese es el misterio del Bel Air, y confieso que, cada vez que lo veo, siento que escucho un eco lejano de una canción antigua, algo entre Elvis y los latidos apresurados del corazón de un joven que sueña con la carretera abierta.

Pero también, al mirarlo de cerca, el CHEVROLET BEL AIR 1955 es un puente hacia el mañana, hacia un mañana que no llegó exactamente como lo imaginaban en los años cincuenta, pero que sigue pulsando en las visiones de diseñadores contemporáneos. Como se detalla en este maravilloso análisis del concepto Chevrolet Bel Air 2025, este auto legendario no es solo un objeto del pasado, sino una semilla que sigue germinando en la imaginación del presente.

Cuando uno piensa en los coches de los años cincuenta, es imposible no invocar la imagen de aletas que cortan el aire como cuchillas, de cúpulas que parecen cabinas espaciales y de pinturas bitono que capturan la luz como un caramelo envuelto. El Bel Air de 1955 marcó una diferencia brutal en su tiempo: no solo por su motor V8, que lo catapultó al panteón de los autos familiares potentes, sino porque era, en esencia, un objeto de deseo. Un objeto que no se contentaba con moverse de un punto A a un punto B, sino que quería ser mirado, admirado, soñado.

Pero también es un objeto lleno de contradicciones. Porque mientras anunciaba el futuro –con su línea limpia, su diseño atrevido, su espíritu audaz– estaba profundamente enraizado en la nostalgia de una América que salía del trauma de la guerra y necesitaba creerse invencible, eterna, reluciente. Como explican en este excelente artículo sobre el Chevrolet Bel Air 1955, el coche no fue solo un medio de transporte; fue un manifiesto rodante.

 

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Origen: El RETROFUTURISMO Nunca Dejó De Estar De Moda – ZURIRED NEWS

“No basta con avanzar, hay que avanzar con estilo.”

El detalle bitono, esa mezcla de colores que parecía jugar con las líneas del coche como si fueran pinceladas de un artista moderno, no era solo estética: era mensaje. Un mensaje que decía “miren lo que somos capaces de hacer”. El diseñador Harley Earl entendió mejor que nadie que los autos no eran solo máquinas; eran sueños materializados. Y el Bel Air era un sueño que podía comprarse, estacionarse, presumirse. Un sueño que, curiosamente, ahora regresamos a buscar cuando miramos los modelos conceptuales actuales.

Pero también, y aquí está lo curioso, el Bel Air de 1955 era retrofuturista antes de que esa palabra existiera. Sí, has leído bien. El coche ya jugaba con ideas que anticipaban un mañana donde las carreteras no serían solo líneas negras en el asfalto, sino pasillos hacia lo desconocido, hacia un mundo lleno de promesas tecnológicas. ¿Acaso no lo demuestra la obsesión contemporánea por reinterpretar ese modelo, como se ve en las imágenes de coches retrofuturistas, que parecen sacadas directamente de un cómic de ciencia ficción?

Y aquí me permito una pausa para reírme un poco de nosotros mismos. Porque mientras la industria empuja a toda máquina hacia lo eléctrico, lo autónomo, lo minimalista, resulta que seguimos añorando esos tubos de escape que rugían como bestias enjauladas. Incluso los coches eléctricos de hoy, como bien relata este artículo sobre tubos de escape artificiales, están diseñados para producir sonidos que no necesitan, solo porque nuestra memoria colectiva los asocia con la emoción pura de conducir.

“El progreso avanza, pero el corazón a veces se queda atrás.”

Hace tiempo, encontré una fotografía en Getty Images de un Bel Air de 1957 estacionado bajo un letrero de neón. El brillo del cromo, el destello de las luces, todo parecía una escena sacada de un sueño nostálgico que, paradójicamente, nunca viví. Me hizo pensar en cómo nos aferramos a ciertos símbolos, aunque sean de segunda mano, aunque pertenezcan a un pasado que solo conocemos por películas y relatos. El Bel Air, como otros íconos de su época, no es solo un objeto antiguo; es una cápsula emocional, un relicario que guarda algo de lo que fuimos, o al menos, de lo que creímos ser.

Pero también, y esto es lo más fascinante, es un recordatorio de que el diseño no es solo estética. Es ideología, es visión, es –si me permiten la metáfora– una carta de amor al futuro. El Bel Air 2025, ese concepto que imagina un coche eléctrico de 600 caballos de fuerza y autonomía para 750 kilómetros, no es solo una propuesta técnica: es un gesto romántico hacia un pasado que nunca dejamos ir.

“La belleza de lo clásico está en su eterna reinvención.”

Como destaca Certified First, la carrocería bitono no ha desaparecido: ha mutado, ha regresado, ha tomado nuevas formas. Hoy las marcas juegan con el contraste de colores no solo por estética, sino porque saben que el público responde a esa sensación de familiaridad, a ese guiño al pasado.

En definitiva, lo que hace del CHEVROLET BEL AIR 1955 algo eterno no es solo su motor, ni su diseño, ni siquiera su lugar en la historia del automóvil. Es su capacidad de seguir hablándonos, de seguir desafiándonos a mirar atrás para poder imaginar hacia adelante. En un mundo donde los coches son cada vez más computadoras sobre ruedas, el Bel Air nos recuerda que un automóvil puede ser, al mismo tiempo, una máquina y un poema.

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

¿Será que en nuestra obsesión por lo nuevo estamos dejando atrás algo esencial? ¿O acaso, como el Bel Air, encontraremos siempre la manera de combinar pasado y futuro en un solo gesto, en una sola línea de diseño, en un solo rugido (aunque sea digital) de motor? Esa es, quizás, la pregunta que nos sigue lanzando este ícono clásico cada vez que lo vemos brillar bajo el sol, como un espejismo mecánico que no sabe envejecer.

¿Puede un portátil VINTAGE salvar nuestro futuro digital?

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¿Puede un portátil VINTAGE salvar nuestro futuro digital? Laptops VINTAGE el regreso inesperado que cambiará todo lo que sabes

Los portátiles VINTAGE no son solo una moda pasajera, son una declaración de principios. ¿Quién habría dicho que en la era de los teléfonos plegables y las pantallas invisibles íbamos a suspirar por aquellos ordenadores de líneas toscas, teclados ruidosos y carcasas que parecían tanques? 🌟

En un mundo donde lo efímero parece dictar las reglas del progreso, la laptop emerge como algo más que un simple dispositivo: es el espejo de nuestras obsesiones, sueños y nostalgias digitales. Cada nueva generación promete ser más delgada, más rápida, más invisible, pero en este frenesí de miniaturización, algo esencial se nos escapa entre los dedos, como la calidez de una carta escrita a mano frente a un mensaje instantáneo. El auge de los portátiles vintage no responde solo a una añoranza caprichosa, sino a una necesidad profunda de reconectar con la materialidad perdida en la avalancha del «todo ahora y en todas partes».

¿Puede un portátil VINTAGE salvar nuestro futuro digital? Laptops VINTAGE el regreso inesperado que cambiará todo lo que sabes
¿Puede un portátil VINTAGE salvar nuestro futuro digital? Laptops VINTAGE el regreso inesperado que cambiará todo lo que sabes

Hace tiempo, en una feria donde la innovación brillaba de forma sospechosamente homogénea, me encontré frente a una vitrina polvorienta que exhibía auténticas joyas del pasado: laptops robustas, pesadas, desafiantes, que parecían preguntarte si estabas listo para algo más que deslizar un dedo sobre una pantalla. Fue allí donde comprendí que el futuro de la tecnología no sería una huida hacia lo intangible, sino una negociación continua entre pasado y futuro, entre el minimalismo aséptico y la nostalgia cargada de personalidad.

Laptops VINTAGE, sí, con todas sus mayúsculas, han vuelto para recordarnos algo que muchos preferían olvidar: que hubo un tiempo donde cada dispositivo tenía alma, personalidad y peso, un tiempo donde la tecnología no era invisible, sino que ocupaba su lugar en el mundo con descaro y orgullo. En plena explosión de lo ultraligero y lo minimalista, renace una corriente que no solo celebra el pasado, sino que también promete darle una nueva forma al futuro.

Hace tiempo, mientras paseaba por una feria tecnológica que parecía más un desfile de fantasmas brillantes que un escaparate de innovación, me topé con un pequeño stand cubierto de polvo digital y melodías de sintetizador ochentero. Allí, como un oasis en el desierto de la uniformidad, relucían viejas glorias: un IBM ThinkPad con su teclado desplegable, un Toshiba que parecía más caja fuerte que computadora, y una PowerBook de Apple que aún olía a la promesa de un mundo cibernético por conquistar. Me sentí, lo confieso, como quien encuentra una carta de amor enterrada en un desván olvidado.

Pero también descubrí que este fenómeno no es sólo una cuestión de memoria emocional. El coleccionismo de laptops VINTAGE ha dejado de ser una extravagancia de nicho para convertirse en un negocio serio, respaldado por una cultura creciente que mezcla a partes iguales admiración estética, amor por la historia y un peculiar sentido práctico. No es solo que un Apple I pueda alcanzar los 500.000 dólares en subastas; es que hay un ejército silencioso de entusiastas convencidos de que el verdadero futuro no se construye olvidando el pasado, sino conversando con él.

La fuerza de lo retrofuturista en el mundo VINTAGE

«Cada portátil vintage es un portal a un tiempo donde lo imposible aún parecía alcanzable». Así lo dijo un joven diseñador que transformaba ultrabooks en carcasas de ThinkPads de los 90. ¿Ingeniería inversa? ¿Acto de resistencia? ¿Capricho? Quizás todo eso y más. Lo cierto es que detrás de cada laptop modificada, detrás de cada Penkesu japonés que parece una nave espacial salida de un videojuego de los ochenta, late una intención: reclamar el derecho a un futuro menos aburrido.

El fenómeno Nowstalgia (ese cóctel delicioso de pasado y futuro que ahora marca tendencia) no hace más que confirmar lo que algunos ya intuíamos: la linealidad del tiempo se ha roto. Ya no vivimos solo hacia adelante; vivimos entrelazando épocas, mezclando el neón y el OLED, las tipografías pixeladas y la inteligencia artificial. Como explicaba un artículo de diseño retrofuturista, «la laptop retro es la guitarra eléctrica del siglo XXI». No tiene que ser perfecta. Tiene que tener carácter.

Pero también surge una inquietud: en este mar de reinterpretaciones, ¿dónde queda la autenticidad? ¿Estamos rescatando verdaderamente la esencia de aquellos tiempos o solo maquillándola para vender una ilusión cómoda y rentable?

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El alma artística de los portátiles VINTAGE

He visto laptops convertidas en esculturas mudas, reliquias que no arrancan pero que transmiten más que cualquier dispositivo de última generación. En museos y galerías, empiezan a proliferar obras donde los ordenadores vintage son la materia prima, como si fueran viejas partituras esperando ser interpretadas de nuevo.

«No necesitas que funcione, necesitas que signifique», me decía una artista mientras mostraba su colección de laptops intervenidas, cada una decorada como un altar portátil a una época distinta. Allí, los ThinkPads se vestían de terciopelo, los MacBooks de los noventa se iluminaban con neones reciclados, y las BIOS parpadeaban mensajes poéticos en pantallas moribundas.

«La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.» (Proverbio tradicional)

Quizá esa sea la verdadera enseñanza de todo esto: no correr hacia el futuro como un ratón enjaulado, sino construirlo despacio, pieza a pieza, abrazando las grietas, los errores, las texturas imperfectas de la historia.

Nostalgia digital en tiempos de hipervelocidad

Si algo hemos aprendido es que la nostalgia no es solo una emoción, es un refugio. Una respuesta casi biológica frente a la ansiedad de un mundo que cambia demasiado rápido. ¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo irracional de volver a un mundo donde las cosas parecían más comprensibles, más sólidas, más humanas?

«El arte no necesita correr a 120 frames por segundo, necesita conexión emocional», decía un comentarista en un foro de coleccionistas. Esa conexión emocional es la que muchos buscan, quizás sin saberlo, cuando acarician la robusta carcasa de un laptop vintage, cuando escuchan el click resonante de un teclado mecánico, cuando contemplan la paleta de colores pastel de una interfaz olvidada.

Pero también acecha la trampa: idealizar el pasado hasta el punto de renegar del presente. Como advierten algunos estudios recientes, la nostalgia digital puede ser un bálsamo, sí, pero también una cárcel si olvidamos que el verdadero valor está en la integración creativa, no en la negación.

DIY y el rescate de la autonomía tecnológica

El furor por los portátiles antiguos también resucita una práctica olvidada: la reparación, la modificación, el «hazlo tú mismo». Cuando abres un portátil de los ochenta y ves que puedes cambiarle el disco duro, limpiar el teclado, mejorar la memoria RAM sin tener un doctorado en nanotecnología, entiendes algo esencial: la tecnología también es cultura participativa.

Hoy, frente a dispositivos herméticos donde abrir una carcasa implica perder la garantía (y, a veces, la dignidad), estos portátiles antiguos nos devuelven la sensación de control. De poder. De pertenencia.

«Quien no mira de dónde viene, no sabe hacia dónde va» (Refrán popular)

Y en este renacimiento de lo manual, lo tangible, lo imperfecto, se dibuja una nueva posibilidad: reconectar con la tecnología desde el amor, no desde la sumisión.

Entre pantallas enrollables y teclados mecánicos

Mientras soñamos con laptops que se enrollan como persianas y chips cuánticos que ríen en la cara de la física clásica, seguimos acariciando la posibilidad de que todo eso conviva, de algún modo, con la estética y la fuerza de los dispositivos de antaño.

En proyectos de retrocomputación, como los primeros experimentos de computación cuántica en carcasas retro, se intuye una paradoja bellísima: el futuro más lejano podría tener la cara de nuestro pasado más entrañable.

¿Quién necesita una laptop invisible si puede tener una que suene, pese, respire, como los sueños de ayer?

¿Un futuro mejor… o solo más bonito?

La pregunta sigue flotando en el aire, zumbando como un viejo disco duro: ¿estamos construyendo un futuro mejor o simplemente uno más bonito? ¿Nos reconciliamos realmente con nuestra historia digital, o solo la estetizamos para venderla mejor?

Quizá no importe tanto. Quizá el simple hecho de preguntarlo ya sea un acto de humanidad en sí mismo.

Después de todo, como decía un viejo anuncio de ordenadores de los 80: «El futuro no es un lugar. Es una dirección». Y en esa dirección, las laptops VINTAGE nos acompañan, pesadas y orgullosas, como brújulas sentimentales en medio de la tormenta tecnológica.

¿Y tú? ¿Dejarás que el futuro borre las huellas del pasado… o caminarás con ambas en las manos? 🚀

¿Puede una laptop retro salvarnos del futuro?

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El renacimiento de las laptops vintage es más fuerte que nunca ¿Puede una laptop retro salvarnos del futuro que ya no queremos?

El Renacimiento de las Laptops Vintage no es una simple moda pasajera; es el síntoma de algo más profundo, algo que llevo tiempo viendo crecer como esas raíces invisibles que acaban rompiendo hasta el asfalto más duro 🌱. Y créeme, cuanto más observo este fenómeno, más claro veo que no hablamos solo de máquinas antiguas: hablamos de nosotros mismos.

Encontré mi primera laptop vintage en un rincón olvidado de un mercado de pulgas. No era especialmente bonita ni potente, pero tenía algo que ninguna máquina nueva podía ofrecerme: carácter. Esa sensación casi mágica de encender un dispositivo que lleva la huella de mil historias anteriores, que respira otro ritmo, otro tiempo, otra manera de entender la tecnología. Aquel descubrimiento no solo cambió mi forma de trabajar, sino también de pensar en los objetos que elegimos para acompañarnos en la vida.

El renacimiento de las laptops vintage es más fuerte que nunca ¿Puede una laptop retro salvarnos del futuro que ya no queremos?
El renacimiento de las laptops vintage es más fuerte que nunca ¿Puede una laptop retro salvarnos del futuro que ya no queremos?

Desde entonces, mi fascinación por el mundo retro ha ido creciendo, alimentada por cada nueva laptop que pasaba por mis manos. No se trata solo de coleccionarlas, sino de reivindicar un amor por lo tangible, lo reparable, lo verdaderamente nuestro. En una época en la que todo parece diseñado para romperse o volverse obsoleto en un parpadeo, rescatar y dar nueva vida a estos dispositivos antiguos se ha convertido en un pequeño acto de rebeldía cotidiana.

Hace tiempo, en una de esas madrugadas en las que uno se pierde entre foros polvorientos y debates apasionados, encontré una frase que se me clavó como un alfiler en la memoria: «La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.» (Proverbio tradicional). Esa verdad, la que no necesita maquillaje ni actualizaciones cada seis meses, es la que habita en las entrañas de las laptops vintage. Y hoy quiero contaros por qué este renacer importa mucho más de lo que parece.


Al principio, como muchos, me dejé llevar por el vértigo de lo nuevo: ultrabooks que casi puedes confundir con una hoja de papel, diseños brillantes que deslumbran más que el propio sol y especificaciones que prometen llevarte a Marte… aunque la batería apenas sobreviva a un vuelo corto. Pero también —y aquí empieza la verdadera historia— algo dentro de mí empezó a echar de menos aquel clic sólido de las teclas gruesas, el peso tranquilizador de un chasis que no parecía que se fuera a partir por mirar mal, la sensación de que aquello que sostenía entre las manos había sido creado para durar toda una vida, no una temporada.

Y no estaba solo.

Como recoge este artículo sobre el auge de lo retro, en España el deseo por lo vintage ha crecido un 180%. ¡Casi nada! Y no es solo por romanticismo. Es porque, como señala otro texto que leí mientras desayunaba café rancio y nostalgia líquida, «mientras el mundo se obsesiona con lo último, hay quienes han decidido mirar atrás y darle una segunda vida a dispositivos que parecían obsoletos«.

Pero también hay algo más.

En un tiempo donde hasta el software se cae solo —¿quién puede olvidar el incidente de CrowdStrike Falcon, cuando medio mundo se quedó mirando pantallas azules como quien mira el abismo?— las viejas laptops, esas que no dependían de nubes caprichosas ni actualizaciones imposibles, de pronto se han convertido en pequeños refugios de autonomía.

«No es nostalgia, es supervivencia.»


Hace unos años, rescaté de un mercadillo un ThinkPad X40 de 2004, cubierto de polvo y olvidado en una caja. Me lo vendieron por el precio de una hamburguesa, y sin embargo, dentro de esa carcasa de plástico ya amarillento latía todavía una dignidad que muchos dispositivos actuales han olvidado. Lo encendí, escuché el zumbido grave de su pequeño ventilador, y supe que había encontrado algo valioso. No era rápido. No era bonito. Pero era real. Tangible. Leal. Como un viejo caballo que aún recuerda el camino de regreso a casa.

No es raro: en foros como Reddit, donde los coleccionistas de laptops vintage comparten su pasión casi religiosa, he visto verdaderas joyas: desde Compaq LTE Elite de 1994 hasta esos diminutos ASUS Eee PC que en su día prometieron una era de portabilidad ilimitada… y casi lo lograron.

Cada máquina es una cápsula del tiempo. Cada teclado un mapa de sueños pasados. ¿Y no es acaso cierto que el hombre necesita de sus reliquias para recordar quién es?


Pero también el presente está sabiendo jugar sus cartas.

Algunos fabricantes, avispados como zorros viejos, han entendido el mensaje. Y así, proyectos como el ThinkPad 25th Anniversary Edition o las propuestas de Framework han apostado por traer de vuelta esa esencia modular, robusta, esa promesa de que tu laptop puede ser algo más que una foto bonita en Instagram.

Otros, más osados, abrazan el retrofuturismo como un credo: diseñadores como Wonjae Kim han imaginado laptops conceptuales que combinan la estética mecánica de los ochenta con las necesidades digitales de hoy. Teclados gorditos, materiales como el PBT que huelen a sala de estudios olvidada, y formas que invitan no a presumir, sino a pertenecer.

«El futuro será vintage o no será.»


«A veces, lo viejo no vuelve. Solo se había escondido, esperando el momento adecuado.»

Hoy, muchos de esos viejos guerreros digitales están siendo readaptados: pantallas DSTN reemplazadas por modernas TFT, baterías reconstruidas, puertos obsoletos convertidos en Wi-Fi salvajes. Lo que parecía imposible, ahora florece en rincones como VOGONS o en ferias como RetroMadrid, donde ver un Commodore Amiga 1200 navegando Internet vía Wi-Fi es una experiencia más mágica que cualquier lanzamiento de un iPhone nuevo.


“Cada laptop vieja es un testigo de nuestro primer amor tecnológico.” (Memoria personal)


Podríamos pensar que todo esto es solo un capricho de hipsters aburridos. Pero no. Es algo mucho más visceral.

Cuando sostienes una laptop vintage en tus manos, no solo sostienes un artefacto. Sostienes una idea: la de que la tecnología puede ser humana, imperfecta, reparable. Que la fuerza no está en lo nuevo sino en lo auténtico. Y sí, también es una bofetada a la cultura de usar y tirar que nos consume.

La laptop vintage es la respuesta silenciosa al grito de un mundo que corre sin saber hacia dónde.


Y entonces uno se pregunta: ¿serán estas máquinas el futuro que ya fue y al que secretamente queremos regresar? ¿No será que el progreso verdadero, el que nos hace más humanos, no consiste en olvidar, sino en recordar y elegir con cuidado qué merece seguir a nuestro lado?

¿Volverán a diseñarse laptops pensadas para durar veinte años? ¿O seguiremos prefiriendo lo efímero, el “unboxing” rápido, el brillo fugaz?

Yo, por lo pronto, seguiré aquí. Escuchando cómo crujen las teclas de mi vieja ThinkPad mientras el resto del mundo, entre nubes digitales y servidores tambaleantes, sigue buscando respuestas que quizás ya tengamos escondidas bajo capas de polvo y amor.

¿Laptops HP VINTAGE siguen marcando el rumbo del futuro?

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¿Laptops HP VINTAGE siguen marcando el rumbo del futuro? El legado HP VINTAGE que nunca dejó de inspirar

Hay algo en las laptops HP VINTAGE que me provoca una sonrisa involuntaria, casi cómplice 😌. Quizás sea el peso desmesurado de aquellas primeras portátiles o las pantallas que luchaban, píxel a píxel, por ofrecernos un pedazo del futuro. HP VINTAGE es más que un término nostálgico: es una promesa cumplida a medias, una carrera constante entre la ilusión y la paciencia. Un mundo donde el zumbido de un módem a 300 baudios no era un defecto, sino una sinfonía del porvenir.

Cuando pienso en la evolución de la informática personal, no puedo evitar recordar la magia de descubrir una laptop hp por primera vez. Aquellas primeras experiencias frente a una pantalla monocromática, con teclas que sonaban como pequeñas puertas abriéndose a mundos desconocidos, siguen latiendo en algún rincón de nuestra memoria colectiva. Hoy, mientras el futuro nos susurra promesas de inteligencia artificial y dispositivos casi etéreos, volver la mirada hacia esas reliquias es como hojear un viejo diario lleno de secretos.

La historia de la laptop hp no es solo la historia de una marca, sino de toda una generación que aprendió a pensar en movimiento, a escribir sueños en teclados que pesaban casi tanto como sus ilusiones. Desde el garaje de Palo Alto hasta las estanterías de coleccionistas apasionados, las laptops vintage de HP han dejado un rastro de ingenio, rebeldía y visión que aún hoy sigue inspirando a los nuevos creadores del mañana.

Las laptops HP VINTAGE, para mí, son testigos de una época en que la portabilidad era más un estado mental que una realidad física. Aquellas máquinas pesaban más que la mochila entera de un universitario moderno, pero en su interior cabía todo un sueño de libertad. No eran solo computadoras; eran pasaportes hacia territorios digitales inexplorados.

De un garaje lleno de osciladores a una pantalla monocromática portátil

Me resulta casi poético imaginar a Bill Hewlett y Dave Packard encerrados en un garaje de Palo Alto, entre destellos de soldaduras y el olor a estaño caliente. En aquel periodo, soñaban con altavoces para Disney, no con laptops. Y, sin embargo, allí, entre latas de pintura y herramientas oxidadas, estaba latiendo la semilla de lo que serían las HP VINTAGE.

Nadie podía prever que, tras crear el HP 2116A en 1966 —un mastodonte más cercano a un armario que a un ordenador personal—, se atreverían dos años después a lanzar el HP 9100A. Lo vendían como “una calculadora”, porque decir “ordenador personal” en 1968 era tan audaz como vender cohetes a precio de bicicleta. Y, sin embargo, allí estaban ellos, adelantándose décadas a su tiempo.

La HP 110 que soñaba con carreteras infinitas

Y entonces llegó 1984, un año en el que muchos creían que el mundo sería dominado por máquinas, pero no imaginaban que cabrían en un maletín. La HP 110, que algunos aún recuerdan con un cariño inexplicable, era una promesa de libertad portátil. No necesitaba enchufes constantes; su batería de plomo-ácido aguantaba 16 horas como un soldado fiel.

«La HP 110 era un tanque con alma de viajero», me dijo una vez un coleccionista en un foro. Pesaba casi 4 kilos, sí, pero era ligera para el alma. Su pantalla monocromática no brillaba como las pantallas OLED de hoy, pero brillaba en algo más importante: en abrir ventanas donde antes solo había paredes.

Y aunque no tenía disquetes incorporados, eso no era una limitación, sino una declaración de principios: rapidez, ligereza, inmediatez. Como una motocicleta sin retrovisores, lanzada hacia el futuro.

OmniBook, la minúscula gran promesa

Una tarde de lluvia, cuando menos lo esperaba, descubrí un OmniBook 300 en un mercadillo. Era minúsculo, pero rebosaba de dignidad. Pesaba apenas 1,3 kilos, como un gato pequeño. Y aun así, dentro llevaba Word, Excel y un sistema que arrancaba al instante. «Más rápido que la inspiración», pensé.

HP no solo estaba haciendo computadoras. Estaba esculpiendo una nueva relación con la tecnología: íntima, compacta, espontánea. Y si el 300 fue un susurro, el 800CT fue un grito de creatividad. Aquel ratón pop-up que brotaba del lateral era tan inesperado y brillante que merecería su propio monumento. ¿Qué mente delirante imaginó un ratón escondido en el costado de un portátil? No importa. «La genialidad siempre brota de la necesidad y el humor», dicen los viejos refranes.

Pavilion y Jornada, entre la casa y el bolsillo

Pero HP no se quedó en los ejecutivos trajeados y las salas de juntas alfombradas. Con la serie Pavilion, en 1995, se lanzó de cabeza al bullicio doméstico. Era la computadora para el salón, para el adolescente que descubría internet en un módem ruidoso, para la madre que imprimía las recetas, para el abuelo que jugaba al solitario.

Y si Pavilion era el hogar, Jornada era el bolsillo. Con esos asistentes digitales personales —casi de juguete, casi de ciencia ficción— HP quiso que lleváramos nuestras vidas digitales en la chaqueta. La pantalla diminuta, el teclado que exigía dedos de pianista… todo era incómodo pero hipnótico. La Jornada no era una PDA. Era una travesura tecnológica.

El renacimiento inevitable de OmniBook

Hace poco, en otro giro tan inesperado como inevitable, HP decidió desenterrar el nombre OmniBook para su nueva línea de portátiles «AI PCs». Hay algo casi romántico en esta decisión. No es marketing vacío: es un reconocimiento de que las mejores ideas nunca envejecen, solo duermen.

La nueva generación de OmniBooks —X y Ultra, por ahora— viene equipada con todo lo que el futuro exige: inteligencia artificial integrada, procesadores de nueva estirpe, pantallas que parecen ventanas abiertas al universo. Pero también, llevan dentro un espíritu que viene de lejos, de 1984, de aquel primer Nomad.

«El pasado no muere, solo se reinventa en cada chispa nueva», me repetí al leer el anuncio.

«Quien olvida su pasado, compra computadoras aburridas»

Puede parecer exagerado, pero sostener una laptop HP VINTAGE entre las manos es un ejercicio de humildad y de imaginación. Es entender que las laptops actuales —delgadísimas, silenciosas, brillantes— no surgieron de la nada, sino que se forjaron a fuerza de errores, aciertos y mucha audacia.

Como el viejo refrán dice:

«No hay árbol robusto sin raíces profundas» (Proverbio tradicional)

Y vaya si las raíces de HP son profundas.

La eterna seducción del «vintage» que se resiste a morir

Hoy, cuando paseo por ferias de coleccionistas o navego por foros de tecnología retro, veo cómo las laptops HP VINTAGE siguen encendiendo chispas en los ojos de quienes entienden. No es solo nostalgia. Es respeto por una época donde cada innovación era una batalla ganada a la gravedad, al calor, a la lentitud.

Puede que el futuro esté en manos de la inteligencia artificial, pero también —y sobre todo— en la memoria de quienes no dejamos de soñar con el zumbido de un módem a medianoche.

¿Y tú? ¿Qué rastro de aquel futuro imperfecto llevas todavía en tu mochila?

Las VELAS VINTAGE que iluminan la memoria y el futuro

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¿Quién encendió la nostalgia en un tarro de cera? Las VELAS VINTAGE que iluminan la memoria y el futuro

Las velas vintage no solo huelen bien: también nos cuentan secretos del tiempo 🕯️.

La venta de velas online ha dejado de ser un simple escaparate digital para convertirse en una experiencia sensorial que empieza con un clic, pero termina en el corazón del hogar. Ya no se trata solo de comprar luz aromática en frascos bonitos, sino de elegir piezas con historia, alma y carácter. Especialmente cuando hablamos de velas vintage, donde cada diseño y fragancia transporta a otra época, la posibilidad de adquirirlas desde la comodidad del sofá no es solo práctica: es casi mágica. Uno navega por plataformas como si rebuscara en un anticuario virtual, esperando encontrar ese tarro que despierte una memoria dormida.

Lo curioso es que, en el mundo de la venta de velas online, lo vintage ha encontrado su mejor escaparate. A través de tiendas digitales especializadas como Amarga Vintage Shop o Atelier Vintage Vert, la tradición artesanal y la estética retro han cruzado fronteras sin pasar por aduanas. Cada vela llega a casa con la delicadeza de un objeto único y el misterio de algo que parece haber sido hecho para uno solo. Porque sí, comprar velas online puede ser tan íntimo como encenderlas.

Puede parecer una exageración, pero no lo es. Hay algo profundamente magnético en esas velas que parecen sacadas del aparador de la abuela o del rincón más olvidado de una tienda de antigüedades. Las velas vintage son el susurro silencioso de otra época, ese eco cálido y suave que, sin necesidad de gritar, transforma cualquier espacio en un refugio emocional. Pero también son mucho más que objetos bonitos: son parte de una estética cargada de sentido, de psicología, de memoria… y de una misteriosa obsesión moderna por lo que ya fue.

Lo vintage que arde por dentro

Me encontré con mi primera vela vintage en un mercadillo de esos que huelen a cuero viejo y madera encerada. Era pequeña, contenida en un tarro de cerámica que parecía haber presenciado más cenas románticas de las que yo viviré en toda mi vida. No la encendí durante semanas. Me daba miedo. No por el fuego, sino por lo que pudiera desatar. Porque una vela vintage no se enciende solo para iluminar, sino para invocar.

Detrás de ese término tan elegante y comercial que usamos sin pensar –vintage– se esconde algo mucho más profundo. Según ciertos estudios de marketing emocional, lo vintage activa en nosotros algo llamado consumer pastness, o sea, un “sentido del pasado” que nos hace desear cosas no por lo que son, sino por lo que nos recuerdan. Y ahí está la clave: una vela vintage no se compra, se adopta. Es un fragmento del ayer convertido en promesa del ahora.

Como explican desde Amarga Vintage Shop, las velas que venden no son simples productos; son atmósferas enlatadas, memorias aromáticas preparadas para despertar algo dormido. Una lámpara de lava puede ser retro, sí. Pero una vela vintage… es íntima.

“Hay objetos que no solo decoran: murmuran”

Entre lo retro y lo eterno, una llama personal

Ahora bien, no todas las velas viejas son vintage. Ese es un error común. Lo vintage, el auténtico, tiene un alma reconocible: evoca sin imitar, emociona sin decir por qué. La distinción entre una vela simplemente usada y una verdaderamente vintage reside en su diseño, en sus materiales, en cómo huele, cómo pesa, cómo se siente al tacto.

¿Quién encendió la nostalgia en un tarro de cera? Las VELAS VINTAGE que iluminan la memoria y el futuro
¿Quién encendió la nostalgia en un tarro de cera? Las VELAS VINTAGE que iluminan la memoria y el futuro

En esa línea, marcas como Staller han llevado el arte de la vela a otro nivel. Vienen en tarros de cristal grueso, con tapa de corcho, etiquetas personalizadas, y pabilos de algodón que no chispean ni se apagan antes de tiempo. Y lo más fascinante es que esas velas están hechas con cera de soja, material noble donde los haya, respetuoso con la naturaleza, pero también con nuestra conciencia. Porque sí, encender una vela vintage puede ser un acto poético… pero también uno ético.

Y hablando de ética con fragancia, vale la pena perderse en las creaciones de L’Atelier Vintage Vert, donde cada vela se vierte a mano, una a una, en el suroeste francés. Huelen a campo, a biblioteca, a pan recién horneado y a muebles antiguos. Como si alguien hubiera conseguido encapsular el domingo perfecto.

“La nostalgia también puede oler a limón y a higo”

El tarro retro como nueva joya de altar

Hay algo profundamente satisfactorio en una vela servida dentro de un tarro vintage. Es como si el recipiente dijera: “tranquilo, esto ya ha vivido antes y aún tiene historia que dar”. Algunos son de cristal labrado, otros de cerámica esmaltada, y los más atrevidos en metal envejecido, como si hubieran sobrevivido a dos guerras y un divorcio.

Etsy está plagado de estos pequeños tesoros. Las hay desde 2 euros hasta más de 100, y no hay dos iguales. Son pequeñas joyas decorativas que además iluminan, aromatizan, y en el mejor de los casos, provocan preguntas. “¿Dónde la conseguiste?” “¿Huele así de bien desde siempre?” “¿Puedo llevármela a casa?”

Y es que la vela vintage bien elegida convierte cualquier habitación en una escena de película. Combinadas con muebles de madera oscura, cojines tejidos y una copa de vino en mano, se vuelven pura escenografía emocional.

Aromas del pasado que despiertan el presente

En el universo de estas velas no solo importa la forma. El olor es el alma secreta de una vela vintage. Vila Hermanos, por ejemplo, lo tiene clarísimo en su “Classic Collection”, donde las fragancias son seleccionadas como si fueran personajes de una novela. Hay familias olfativas que remiten al bosque, a jardines floridos, a especias orientales o a tardes de infancia en la playa.

¿Quién diría que una vela puede oler a baguette? Paddywax lo ha hecho posible. También tienen una llamada “Wild Mushroom”, que huele –literalmente– a tierra húmeda y misterio. Porque sí, las velas vintage no huelen a ambientador barato. Huelen a cuentos, a armarios cerrados, a papeles amarillentos con tinta aún viva.

“El tiempo no huele a viejo; huele a verdad”

¿Por qué queremos tanto lo que parece venir del pasado?

Tal vez porque estamos hartos de lo instantáneo. De lo desechable. De lo idéntico. Las velas vintage representan todo lo contrario: son únicas, lentas, imperfectas y entrañablemente duraderas. Y eso, hoy por hoy, es un acto de libertad.

No es casualidad que muchas tiendas especializadas como Tartan & Zebra o AW Artisan España destaquen la dimensión artesanal y sostenible de sus velas y candelabros. Todo está hecho a mano, pieza a pieza. En Indonesia, dicen ellos, pintan cada portavelas como si fuera una obra de arte efímera. Y lo es. Porque luego vendrá alguien, lo encenderá, y el tiempo arderá en silencio.

Staller, por su parte, explica cómo reutilizar los recipientes una vez consumida la vela. ¿No es eso hermoso? Que algo que ya era viejo se reinvente, una vez más. Como nosotros mismos, quizá.

Las velas vintage son más que luz: son atmósferas

No hay cena romántica ni rincón de lectura que no mejore con una vela vintage encendida. Pero tampoco hay regalo más íntimo. Porque regalar una vela así es decir: “quiero que tengas un pedacito de historia, para que lo enciendas cuando más lo necesites”.

Pinterest arde de ideas sobre cómo usarlas. Y no exagero: combinadas con libros, plantas, cerámicas o fotografías en blanco y negro, las velas vintage parecen encajar en todos los estilos. Desde el más bohemio al más minimalista. Eso sí, siempre con carácter.

Y no olvidemos los portavelas. Que no son simples soportes, sino tronos para la llama. ¿Un portavelas con forma de serpiente o pájaro? Sí, los tiene Amarga Vintage Shop. ¿Candelabros de madera pintados a mano? Claro, los de AW Artisan. Todo se puede combinar. Todo puede encenderse.


“Encender una vela vintage es como abrir una carta sin remitente”


“El que guarda, halla. El que huele, recuerda.” (Dicho popular)

“Todo lo que arde ilumina… o revela.” (Verso atribuido a William Blake)


La magia de lo artesanal no pasa de moda

Las velas vintage son piezas de tiempo embotellado


Ahora dime: ¿cuál fue la última vez que encendiste algo solo por el placer de ver cómo ardía? ¿Y si en vez de buscar el último gadget que brilla, buscáramos lo que ilumina de verdad?

¿Te atreves a escuchar lo que una vela vintage tiene que decirte?

GOOGIE, la arquitectura que voló demasiado cerca del sol

¿Puede una hamburguesa cambiar el futuro del diseño? GOOGIE, la arquitectura que voló demasiado cerca del sol

GOOGIE suena como el nombre de un perro simpático o de una caricatura que olvidamos en los 90, pero no. GOOGIE fue una fiebre, un grito con forma de tejado puntiagudo, una llamarada de neón que iluminó Los Ángeles como si el futuro se vendiera por porciones en un autocine. Fue una fantasía en acero y cristal que nació de un capricho posbélico… y murió, como casi todo lo que arde demasiado rápido, sin que nadie supiera bien por qué.

La arquitectura GOOGIE no fue una moda. Fue un exceso. Un espectáculo. Una excusa para convertir una estación de gasolina en un cohete espacial a punto de despegar. Un día te tomabas un batido de vainilla; al día siguiente, estabas dentro de Los Supersónicos sin darte cuenta.

Todo lo que tenía que hacer era gritar ‘mírame’ y lo conseguía”.

Pero también fue algo más profundo: la expresión arquitectónica más descarada de un país que acababa de ganar una guerra, que creía en la energía nuclear, los coches con alerones y los niños con helado de tres bolas. Y como todo lo que grita mucho, GOOGIE no duró.

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Cuando una cafetería quería ser un ovni

La historia empezó en 1949. El arquitecto John Lautner, discípulo del venerado Frank Lloyd Wright, recibió un encargo aparentemente banal: rediseñar una cafetería en Sunset Boulevard, esquina con Crescent Heights, en West Hollywood. Nada del otro mundo. Pero Lautner tenía otras ideas. Lo que imaginó no era una simple renovación: era una provocación. Tejados inclinados hacia el cielo, acero sobresaliendo como cuchillas, formas que rompían cualquier lógica recta. Y, por supuesto, neón. Mucho neón.

La cafetería se llamaba Googie’s. Sí, de ahí viene todo esto. El nombre lo recogió el crítico Douglas Haskell en un artículo para House and Home en 1952. No fue un elogio, sino una especie de broma condescendiente. Pero la etiqueta pegó. GOOGIE era feo, decía Haskell, pero al menos era libre. Y en medio de la Guerra Fría, esa era una declaración poderosa.

Es demasiado horrible para ser bueno… pero demasiado libre para ser ignorado”.

La idea era simple y brillante: si conducías por Los Ángeles a toda velocidad en tu flamante Chevrolet, necesitabas algo lo bastante extravagante como para frenar en seco. Y GOOGIE cumplía con creces.

Burger con forma de futuro

GOOGIE es la arquitectura del dame dos cheeseburgers y una visión del mañana. Restaurantes, estaciones de servicio, moteles, parques de atracciones. Todos querían subirse al cohete. Y cuanto más estrambótico, mejor: techos en V, estrellas estallando en las fachadas, boomerangs incrustados en el concreto. El primer McDonald’s con sus arcos dorados de 30 pies de altura fue puro GOOGIE. Las gasolineras de Union 76 parecían naves alienígenas varadas en medio del asfalto.

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Las formas eran caprichosas pero tenían un propósito. No era arte por arte. Era arte por ventas. Todo estaba diseñado para ser visto a 60 kilómetros por hora. La arquitectura como clickbait visual, mucho antes de que existiera Internet.

“Si no te detienes por el diseño, al menos baja la velocidad por curiosidad”.

Pero también había algo honesto, casi ingenuo. Como lo explica el historiador Alan Hess, GOOGIE no era una promesa abstracta de un futuro lejano. Era el futuro ya. Podías sentirlo bajo tus pies mientras pedías una soda. No necesitabas ser astronauta para entrar en la era espacial. Bastaba con ir a lavar el coche.

El futuro que duró veinte años

Y como todo sueño de alta velocidad, GOOGIE se desinfló tan rápido como surgió. Llegaron los años 70, y con ellos los tonos tierra, las maderas, la discreción. Las formas geométricas pasaron de moda. El neón fue reemplazado por bombillas amarillas. El optimismo tecnológico se convirtió en resignación burocrática.

Disneyland rediseñó Tomorrowland. McDonald’s abandonó sus arcos voladores por tejados planos y ladrillos marrones. Y la cafetería original, Googie’s, fue demolida para levantar un mini mall. Así de cruel es la modernidad.

“El futuro ya no emocionaba. Habíamos llegado a la Luna, y entonces, ¿qué?”, decía Hess.

Y sí, en 1986, uno de sus diseñadores más prolíficos, Eldon Davis, lo dijo sin rodeos al Los Angeles Times:
“Solo queríamos vender hamburguesas”.

La arquitectura de GOOGIE fue abandonada como un juguete que ya no hace gracia. Se consideró barata, vulgar, infantil. Los nuevos arquitectos la vieron como una broma pasada de moda. Lo irónico es que eso mismo la hace irresistible hoy.

¿Y si el mal gusto fue lo más valiente del siglo?

GOOGIE nunca pidió permiso. No consultó a comités. No temió ser demasiado. Era una carcajada futurista de acero inoxidable. Era la versión arquitectónica de un cómic de ciencia ficción de cinco centavos.

Y eso tiene algo de hermoso, ¿no? En un mundo donde todo tiende a parecerse, GOOGIE se atrevió a ser otra cosa. Puede que hoy sobreviva solo en rincones olvidados de Los Ángeles, o en la silueta de algún rótulo que se niega a apagarse. Pero si miras con atención, aún está ahí.

En el aire que huele a papas fritas. En una gasolinera que parece a punto de despegar. En un motel que promete «Color TV» y desayuno gratis. En una canción vieja. En un recuerdo que nunca viviste.

“El arte no es lo que ves, sino lo que haces que otros vean”

(Edgar Degas)

“Se construyó para vender hamburguesas… y terminó vendiendo sueños”

– arquitecto anónimo, probablemente con mostaza en la camisa

GOOGIE no murió, solo se disfrazó

Hay edificios que se arrastran hasta el olvido y otros que flotan para siempre en la nostalgia. GOOGIE pertenece a la segunda categoría. Fue una locura, un suspiro, un juego de espejos en el que los sueños parecían tangibles.

Así que la próxima vez que cruces por una estación de servicio con techo inclinado o veas una cafetería con una estrella metálica en la entrada, detente un segundo. Respira. Escucha. Quizás aún esté sonando el eco de un futuro que no fue, pero que nos hizo sentir vivos mientras duró.

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Y ahora dime:
¿qué arquitectura estás ignorando hoy que mañana podría ser leyenda?

PROJECT DELTA cambió la historia de la customización.

¿Por qué PROJECT DELTA cambió la historia de la customización? La Royal Enfield que soñaba con ser una bobber minimalista del futuro

PROJECT DELTA no es una motocicleta, es una declaración de principios. Una de esas piezas mecánicas que uno no solo observa, sino que contempla. Como quien se planta frente a un cuadro de Hopper o una canción de Bowie, y de pronto siente que ha entendido algo esencial del mundo. O de sí mismo. Porque sí, Project Delta es una Royal Enfield Super Meteor 650. Pero también es un poema de acero, cuero y aceite.

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Lo descubrí por accidente —como se descubren las mejores cosas— mientras navegaba por una de esas madrugadas donde la nostalgia y la velocidad se mezclan en el buscador. Una Royal Enfield convertida en bobber minimalista con estética retro, decían las primeras líneas de la página de SoyMotero. Pero esa frase no le hace justicia. Lo que vi fue una metamorfosis. Un animal antiguo renacido con alma futurista.

«Parece salida de un cómic de ciencia ficción dibujado en 1954», pensé. Y eso era exactamente lo que me atraía. Porque hay algo poderoso en esa dualidad entre lo viejo y lo nuevo, entre el recuerdo y la promesa. Un equilibrio que, en manos inexpertas, puede parecer impostado. Pero cuando lo ejecuta alguien como Tom Gilroy y su equipo de Purpose Built Moto, lo que nace es arte.

Cuando el futuro se esconde en los detalles vintage

La primera vez que ves Project Delta no sabes muy bien por dónde empezar a mirar. Es como ese tipo en un bar que no levanta la voz, pero hace que todos se giren. La horquilla de viga, hecha a mano, es lo primero que te atrapa. Un homenaje descarado a la Flying Flea de la Segunda Guerra Mundial. No es solo una pieza funcional; es un recordatorio de que hubo una época en que el ingenio era más valioso que el diseño asistido por ordenador.

«Las buenas ideas no envejecen. Solo esperan su momento», pensé mientras repasaba cada soldadura, cada ángulo perfectamente imperfecto. Porque el chasis, modificado hasta sus entrañas, cuenta una historia distinta a la del modelo de fábrica. El radiador de aceite desaparece, porque no existía en los años cincuenta. El depósito se estrecha como una cintura de avispa. Y los guardabarros parecen diseñados por un escultor obsesionado con la línea perfecta.

Pero también está el cuero rojo cereza. El asiento y las empuñaduras diseñados con una elegancia descaradamente ochentera, como si una actriz de cine clásico hubiera decidido hacerse motorista.

“La belleza está en lo que no hace ruido”, me dije.

El rugido de un escape hecho a mano en Grecia

Uno podría pensar que lo más impresionante del Project Delta es su apariencia. Pero no. Lo verdaderamente mágico es cómo suena. Porque el escape no se compró, se forjó. Tom Gilroy conoció a un artesano en Grecia —sí, Grecia— que todavía domina el arte del metal repujado. De ahí nacieron los colectores de admisión en latón hilado que hacen que esta máquina no solo corra: cante.

No es solo sonido, es carácter. Es la diferencia entre un sintetizador barato y una Fender Stratocaster. Un motor bicilíndrico de 270 grados que ruge como si llevara décadas acumulando rabia contenida. Y sin embargo, todo encaja. Los silenciadores tipo “cola de pez”, el pinstriping dorado, el depósito de aluminio. No hay estridencia, solo armonía.

Como si alguien hubiese leído todos los libros de diseño clásico y luego hubiese dicho: “Vale, ahora voy a hacerlo a mi manera”.

Entre la estética retro y la ingeniería moderna

Lo curioso del Project Delta es que, pese a parecer una motocicleta sacada de un catálogo de 1955, esconde una tecnología afilada como una navaja nueva. El sistema de cambio manual en el depósito, por ejemplo, limpia el manillar y convierte la conducción en un ritual. Nada de automatismos ni pantallas LED que te gritan “eco mode”. Aquí cada movimiento importa. Cada marcha engranada es una decisión. Cada curva, una declaración.

Y no es una máquina fácil. No está pensada para quienes buscan comodidad. Hay que aprender a domarla, a sentir sus caprichos. Es como bailar con alguien que lleva los pasos escritos en otro idioma. Pero cuando por fin entiendes el ritmo, el placer es puro.

Porque Project Delta no quiere ser perfecta. Quiere ser inolvidable.

La Royal Enfield Super Meteor que ya no lo es

Quizás lo más asombroso del trabajo de Purpose Built Moto es cómo han conseguido hacer que la Royal Enfield Super Meteor 650 parezca cualquier cosa menos eso. Y no por esconderla, sino por transformarla con respeto quirúrgico. El alma está ahí, latente, bajo cada capa de personalización. Pero también se nota que hay una visión nueva, casi herética.

Se eliminó peso, se reinventó el bastidor, se rediseñó la postura y se repensó cada componente. Todo para que el motor, esa pieza esencial, respirara como nunca antes lo había hecho. Como si el tiempo retrocediera. Como si este proyecto no fuera una simple customización, sino una arqueología emocional sobre dos ruedas.

«La nostalgia no es debilidad. Es otra forma de amor»

Y no hablo solo de romanticismo. Hablo de técnica, de sudor, de precisión. Porque la customización de motocicletas, cuando se hace bien, es cirugía estética con alma de mecánico y corazón de poeta.

Lo que han hecho con Project Delta no es una moda. Es una tendencia de fondo. Como cuando la gente se cansó de lo perfecto y volvió a lo sincero. Como quien deja el streaming para volver al vinilo. Como quien decide que una bobber minimalista puede contener más futuro que cien motos eléctricas con sensores.

Porque hay algo profundamente humano en esta fusión de épocas. Algo que no se puede cuantificar con caballos de fuerza ni con bits.

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

Y si algo nos enseña esta moto es que la verdad de una máquina se revela solo cuando la conduces con el corazón, no con el GPS.

Otros proyectos que también encendieron el motor del tiempo

No es la primera vez que Purpose Built Moto logra este milagro. Ahí está su Honda CB400F de 1975, resucitada tras un accidente como si el tiempo fuese un simple detalle. O su CX500 Café Racer, que empezó como un encargo menor y terminó siendo una obra de ingeniería de fibra de carbono y elegancia rabiosa. O esa PBM Ducati GT1000, donde la modernidad de Öhlins se funde con la crudeza clásica de una SportClassic.

Pero Project Delta es otra cosa. Es el resumen de todo lo aprendido. Es la tesis doctoral de un taller que ya ha dejado de ser solo un taller para convertirse en referente. Y no por los premios —que seguro llegarán—, sino por esa capacidad única de darle cuerpo a un sueño sin traicionar el espíritu del pasado.

¿Qué vendrá después de Project Delta?

No lo sé. Pero si algo me ha enseñado esta historia es que siempre hay algo más allá del siguiente semáforo. Una idea loca. Un diseño imposible. Un motor que quiere hablar. Y un mecánico soñador que decide escucharlo.

¿Y tú? ¿Te atreverías a conducir una motocicleta que parece sacada de otro tiempo, pero acelera como si quisiera ganarle al futuro?

El arte secreto de aplastar COCHES ANTIGUOS con elegancia

¿Sueñan los COCHES ANTIGUOS con un futuro eléctrico? El arte secreto de aplastar COCHES ANTIGUOS con elegancia

Siempre que veo un anuncio en blanco y negro con coches antiguos, algo se activa en mi interior como un motor de arranque oxidado que aún sabe rugir. Esa mezcla entre la tristeza de lo irrecuperable y la belleza de lo eterno me atrapa sin remedio. En esas escenas detenidas en el tiempo, donde una pila de chatarras clásicas yace vencida bajo el peso del olvido, yo no veo ruina: veo poesía mecánica. Es más, creo que en esas imágenes hay más verdad que en muchos discursos sobre el futuro. Porque no es solo un coche lo que se aplasta: es un fragmento de historia, una curva de diseño, un símbolo de libertad que ya no vuelve, al menos no tal cual lo conocimos.

Ah, pero ahí está la paradoja que me desvela. Mientras más los destruimos, más los deseamos. Mientras más los olvidamos, más los necesitamos para recordar quiénes fuimos.

Publicidad de coches clásicos: vender nostalgia con olor a gasolina


La primera vez que vi uno de estos anuncios en los que un Cadillac de los 50 yace como una escultura derrumbada en un solar industrial, pensé que alguien me estaba contando una tragedia con ruedas. Pero no era eso. Era un anuncio de perfume. Sí, de perfume. Un frasco brillante y minimalista colocado sobre el capó arrugado de un Chevy Bel Air destrozado. Blanco y negro. Silencio. Belleza brutal. ¿Y sabes qué? Funcionaba. Porque ese contraste, esa brutalidad estética entre la elegancia del diseño automotriz retro y la crudeza del final, activaba la memoria emocional como pocas cosas lo hacen.

«El futuro se fabrica con moldes del pasado».

Y entonces empecé a entender que lo retro ya no es solo nostalgia, es lenguaje. Es herramienta. Es estrategia. No es que los publicistas se hayan vuelto coleccionistas de autos de colección, sino que han descubierto algo mucho más rentable: los recuerdos venden. El olor a cuero viejo, el diseño simétrico del salpicadero, las líneas aerodinámicas que parecían sacadas de un cómic de ciencia ficción de los años 60… Todo eso despierta una emoción que ningún coche eléctrico silencioso puede igualar. No al menos por ahora.

Cuando la estética vintage rompe el algoritmo

Hoy los coches antiguos son más virales que muchos influencers. Porque son verdad, y punto. Cuando una marca lanza una campaña con un Citroën DS cruzando una autopista nevada, o un Mustang del 68 perdido en una carretera del desierto, lo que está haciendo no es solo vender un coche: está contando una historia. Está apelando a ese rincón de nuestra memoria donde las cosas eran más simples y más reales. Aunque nunca lo hayamos vivido. «No hace falta haber nacido en los 60 para añorar los 60», me dijo una vez un fotógrafo de publicidad que usaba cámaras analógicas por convicción, no por moda.

Y es que lo retro, cuando se hace bien, rompe las reglas modernas. Es un salto atrás para avanzar. Algo así como bailar swing en medio de una rave. ¿Cómo no va a llamar la atención?

De hecho, algunas de las campañas más exitosas de los últimos años —como la reinterpretación futurista del Peugeot e-Legend o los anuncios del nuevo Fiat 500 eléctrico con su estética setentera— utilizan técnicas visuales que no son nuevas, pero funcionan mejor que nunca. El uso del blanco y negro, los grises granulados, la composición simétrica y los silencios visuales no son casuales: son fórmulas estudiadas para inducir nostalgia. Y la nostalgia, ya lo sabemos, vende como pan caliente.


Retrofuturismo para no morir de modernidad

El retrofuturismo es esa rara alquimia que ocurre cuando un coche parece salido de una película del pasado sobre el futuro. Algo así como si un DeLorean hubiera tenido un hijo con un Tesla. No es ciencia ficción, es estrategia. Hay marcas que han hecho del rediseño su religión: BMW con su 328 Hommage, Ford con el nuevo Bronco, o MINI, que ha sabido mantener esa mirada pícara y redonda que lo hace reconocible a veinte metros. Y lo mejor: todo con motores actuales, pantallas táctiles, cargadores USB y hasta asistentes virtuales. Una fiesta estética con la eficiencia como DJ.

Pero también hay una trampa. Porque no todo lo que parece viejo es auténtico. Hay una línea muy fina entre homenaje y caricatura. El verdadero arte del diseño automotriz retro no está en copiar, sino en reinterpretar. Como hace el buen jazz con los clásicos. Que te suena familiar, pero es otra cosa. «Ser moderno no es olvidar el pasado, es saber bailar con él», como decía mi abuelo, que arreglaba motores como quien escribe poesía.

De museo en museo, del acero al alma

A veces me pregunto si no deberíamos tener altares para los coches antiguos. Pero ya los tenemos. Son los museos. Lugares como el Museo del Automóvil de Málaga, donde un Rolls-Royce convive con un prototipo eléctrico. O la Torre Loizaga, ese castillo del norte de España que parece sacado de una novela de aventuras y que guarda una colección de Rolls tan impecables que parecen susurrarte historias cuando pasas cerca.

También está Antic Auto Alicante, donde los coches de colección no están detrás de vitrinas, sino vivos, rugiendo, con olor a gasolina y cuero curtido. Son exposiciones donde se da el verdadero diálogo: el de lo clásico con lo contemporáneo. Donde el retrofuturismo no se explica, se siente. Como una vieja canción que suena mejor con vinilo.


La belleza de la destrucción y otras paradojas

Pero volvamos a esa imagen de los coches aplastados. Porque ahí hay algo que no logro quitarme de la cabeza. ¿Por qué esa escena me resulta bella? ¿Por qué el silencio de un motor muerto me dice más que el rugido de uno nuevo? Tal vez porque hay algo profundamente humano en la decadencia. Una verdad incómoda. Como esos edificios abandonados que te cuentan más sobre una ciudad que sus monumentos. El coche aplastado, con su chasis torcido y su dignidad aún intacta, es un testimonio de lo que fuimos. Y de lo que podríamos volver a ser, si no tuviéramos tanta prisa por enterrar todo lo viejo.

Las marcas lo saben. Por eso vemos cada vez más campañas con esta estética melancólica-industrial. Con el filtro de lo vintage y el contraste emocional como arma. Son anuncios que no se limitan a mostrar, sino que detienen. Que te obligan a mirar. Como esos poemas que no entiendes del todo, pero no puedes dejar de leer.

«El diseño también puede doler, y en ese dolor hay belleza».


¿Estamos corriendo demasiado?

A veces pienso que en esta carrera por lo eléctrico, lo eficiente y lo digital, hemos dejado atrás algo más valioso que el carburador: el alma. No digo que haya que volver a contaminar o a sufrir sin dirección asistida, claro. Pero sí podríamos aprender del pasado sin ridiculizarlo. Porque los coches antiguos no eran perfectos, pero tenían algo que hoy escasea: carácter. Cada chirrido, cada vibración, cada imperfección, era una forma de decir “aquí estoy, soy real”.

Y eso, en un mundo donde todo parece prefabricado, es oro puro. Es por eso que los restomods —esas restauraciones que mezclan lo mejor de ayer con lo de hoy— están tan de moda. No solo porque combinan estética vintage con comodidad actual, sino porque devuelven el alma al cuerpo. Son Frankenstein mecánicos, sí, pero también son himnos al arte de no olvidar.


“Lo viejo no muere si se reinventa con amor”

“Un coche puede ser una máquina… o una declaración de principios”

Entonces, ¿estamos tirando al pasado demasiado rápido? ¿O es que simplemente no sabemos cómo integrarlo sin convertirlo en caricatura? Esa es la gran pregunta. Yo no tengo la respuesta. Pero cada vez que veo un coche antiguo en la calle, brillante y desafiante, con su pintura original y su matrícula de otra época, siento que alguien está resistiendo. Que alguien está recordándonos que hubo un tiempo en que las curvas hablaban y los motores tenían alma.

Y tú, ¿en qué coche viajarías al futuro si solo pudieras elegir uno del pasado?

¿Sueñan los muebles vintage con descuentos?

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¿Sueñan los muebles vintage con descuentos del CYBER WOW? CYBER WOW en Real Plaza esconde joyas retro que no creerías

El CYBER WOW no es solo una feria digital de precios bajos; es, para quienes sabemos mirar con otros ojos, una suerte de mercado persa del futuro donde los tesoros vintage se camuflan entre televisores de 85 pulgadas y audífonos que parecen salidos de una nave espacial 🛋️✨.

El CYBER WOW de Real Plaza no es simplemente un evento de rebajas, es una experiencia casi mística para los que sabemos encontrar magia en lo inesperado. Cada edición de este festín digital abre una puerta secreta al placer de comprar con estilo y astucia, mezclando el vértigo de los precios bajos con la emoción de descubrir piezas que parecen haber viajado en el tiempo. Porque sí, en medio de tanta modernidad, el alma del buen gusto vintage también tiene su lugar reservado, y aparece justo cuando menos lo esperas, entre un clic y otro, como si los algoritmos se aliaran con tu intuición.

Lo he vivido una y otra vez: entras por curiosidad al universo del cyber wow y terminas encontrando esa silla con patas de madera que te recuerda al comedor de tus abuelos, o ese espejo con marco dorado que podría haber pertenecido a una actriz de los años cincuenta. Es esa clase de hallazgos lo que hace que este evento no sea solo para compradores impulsivos, sino también para los que valoramos la historia detrás de cada objeto. Aquí no se trata solo de cazar ofertas online, sino de perseguir belleza con descuento.

Cuando llega el CYBER WOW, lo que hago no es llenar un carrito, sino abrir el baúl de los recuerdos. Sí, el del estilo. Ese que huele a madera antigua, a cuero trabajado, a la elegancia que no necesita luces LED ni cables USB. Porque entre las ofertas online, entre toda esa fiebre de la modernidad más chillona, a veces se cuelan verdaderas reliquias del buen gusto. Y lo mejor: con descuentos que harían llorar de envidia a tu abuela, esa que todavía guarda el tocador art decó con orgullo y polvo.

Pero claro, el truco está en saber buscar. Y ahí es donde Real Plaza entra como ese amigo que conoce todos los huequitos de una feria de antigüedades. En su portal, cada promoción puede ser la entrada a un universo inesperado. Lo comprobé una tarde cualquiera, después de perderme entre categorías y filtros, cuando encontré una silla estilo mid-century a mitad de precio. No lo dudé. Me la traje a casa. Y desde entonces, esa silla —con su respaldo curvo y sus patas inclinadas como si fueran a salir corriendo— se ha convertido en el trono de mis pensamientos vespertinos.

El Cyber WOW es el nuevo bazar del tiempo

Lo interesante del Cyber WOW en Real Plaza no es solo la promesa de un ahorro bien logrado —aunque también—, sino esa sensación de estar cazando algo único en medio de lo masivo. Es como caminar entre multitudes y, de pronto, encontrar una carta manuscrita en una botella. Solo que aquí la botella es digital y la carta viene con cupón de descuento.

Entre tanto algoritmo y carrito digital, algo sigue siendo profundamente humano: el deseo de encontrar belleza en lo cotidiano. Y ¿qué es más bello que un mueble con historia? Porque vamos, esos muebles vintage no solo sirven para decorar. Sirven para hablar. Para contar quién eres, o quién crees que eres cuando invitas a alguien a tomar café y te sientas en un sillón que parece haber pertenecido a un poeta de los años 40.

El futuro huele a pasado con buen gusto”, me dijo una vez un diseñador de interiores que tenía más plantas que muebles en su estudio. Y tenía razón. Lo retro no es nostalgia, es estilo con memoria. Por eso, cuando llega el Cyber WOW, no busco lo último en tecnología ni el smartwatch más inteligente. Busco lo que tiene alma. Lo que podría haber estado en la casa de mis abuelos… pero con envío gratis.

Comprar con estrategia es el nuevo arte del coleccionista

No basta con entrar al portal de Real Plaza y darle clic a lo primero que brilla. Hay que tener olfato, intuición, un poco de picardía y otro tanto de planificación. Lo que yo hago, y me ha funcionado, es preparar una lista de deseos. Le llamo así porque «wishlist» suena demasiado artificial, y además porque soñar con una cómoda retro o con una lámpara de vidrio esmerilado también es desear.

Entonces, días antes del evento, me paseo por la web como quien va de vitrina en vitrina, anotando precios, estilos, medidas. Es como afilar las armas antes de la cacería. Cuando arranca el Cyber WOW, ya tengo claro lo que quiero. Y si aparece en descuento, no dudo. Porque lo bueno dura poco, y lo hermoso se agota aún más rápido.

Claro que también me dejo sorprender. Me pasó con una lámpara con base de mármol que no buscaba, pero que me encontró. Ese tipo de hallazgos solo ocurren cuando uno se lanza al abismo de las compras por internet con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto.

“Comprar en línea es un arte si sabes cuándo hacer clic”

«No compres solo con los ojos, compra también con la memoria». Eso lo aprendí después de recibir un espejo de marco dorado que parecía gigantesco en la foto y terminó siendo del tamaño de una libreta. Por eso, también hay que tener cierta malicia: comparar precios en otras tiendas, leer las reseñas como quien descifra cartas de tarot, y verificar medidas con cinta métrica en mano. Que el amor al vintage no nos vuelva ingenuos.

Y por supuesto, hablar de ofertas online sin mencionar la seguridad sería como entrar a una fiesta sin saber si es privada. Lo básico: nada de Wi-Fi público, nada de páginas dudosas y siempre mirar con lupa la política de devoluciones. Una vez, por querer ahorrar unos soles, compré un escritorio retro en una tienda sospechosa. Spoiler: el escritorio nunca llegó, pero la frustración sí.

En Real Plaza eso no me ha pasado. No sé si es suerte, buen karma digital o simplemente un buen sistema de e-commerce, pero ahí sí puedo navegar con confianza. Incluso tienen una sección dedicada exclusivamente a Cyber WOW, lo que hace más fácil encontrar esas promociones que parecen escondidas.

“Quien no compara, termina pagando más por lo mismo”

Una de mis reglas de oro: nunca comprar en el primer clic. Antes reviso. Comparo. Googleo. Vuelvo a mirar. Lo hago como quien busca una edición rara en una librería de viejo. Porque encontrar una mesa auxiliar estilo industrial a 40% de descuento no es solo una ganga, es un logro personal. Y esos logros, cuando uno los ve después en el salón de su casa, relucen como trofeos silenciosos.

¿Y qué decir de la ropa? Ah, el dulce peligro de la moda vintage. Aquí, el Cyber WOW también se luce. He encontrado chaquetas que parecen salidas de una película de Coppola, y blusas que podrían haber sido de mi madre, si mi madre hubiese sido modelo de los años setenta. Hay algo profundamente liberador en vestirse con piezas que no siguen las tendencias sino que las desafían. Y hacerlo con descuentos… bueno, eso es simplemente justicia poética.

La clave está en ver el valor detrás del precio

Si algo he aprendido de estos eventos es que lo barato no siempre es bueno, pero lo bueno con descuento es una fiesta. El truco está en reconocer el valor más allá del precio. Un mueble bien hecho, aunque venga con el sello de promoción, tiene más carácter que cien mesas suecas en serie.

Porque lo vintage no es solo una estética: es una filosofía. Es decirle sí al pasado sin renunciar al presente. Y hacerlo con estilo, con astucia y con alegría. Y si todo eso se puede lograr mientras haces scroll desde el sofá con una taza de café en la mano… pues, bienvenido sea el Cyber WOW.

“Quien compra con emoción, se arrepiente con razón”

No hay que dejarse llevar por la ansiedad del clic. Ni por el letrero de “última unidad disponible”. Hay que comprar con el alma, sí, pero también con la cabeza. Porque al final, más que llenar el carrito, se trata de llenar la casa de cosas que cuenten una historia. Y si esa historia viene con descuento, mejor que mejor.

¿Sueñan los muebles vintage con descuentos del CYBER WOW? CYBER WOW en Real Plaza esconde joyas retro que no creerías
¿Sueñan los muebles vintage con descuentos del CYBER WOW? CYBER WOW en Real Plaza esconde joyas retro que no creerías

El arte de comprar es también el arte de imaginar

Cada objeto tiene una historia. Y el Cyber WOW de Real Plaza es una puerta abierta a un archivo infinito de posibles relatos. Solo hay que animarse a entrar. Y preguntarse: ¿Qué pasaría si mi comedor tuviera una mesa redonda de madera maciza con patas torneadas? ¿Y si esa lámpara de pie iluminara no solo la sala, sino también mis recuerdos?

Porque, al final del día, comprar vintage es más que una decisión de estilo. Es un acto de amor propio. De libertad estética. De gusto con raíces.


“El que guarda, siempre halla… y si halla con descuento, mejor” (Dicho popular)

Real Plaza esconde tesoros vintage en su rincón digital del Cyber WOW

Las ofertas online no son solo compras, son viajes en el tiempo disfrazados de clics


Y tú, ¿ya hiciste tu lista de deseos? ¿O vas a esperar a que se agoten esas piezas únicas que podrían cambiar para siempre el alma de tu sala?

¿Qué nos dicen los PEINADOS de los años 60 y 70 sobre la libertad?

¿Qué nos dicen los PEINADOS de los años 60 y 70 sobre la libertad? El misterio retro que esconde tu corte de cabello favorito

Los peinados de los años 60 y 70 no eran solo una cuestión de moda, eran una forma de gritarle al mundo quién eras, sin decir una palabra. Desde el cardado altísimo hasta la melena lacia que rozaba la cintura, cada mechón contaba una historia. Y esa historia, como muchas de las buenas, empieza con una explosión de volumen. 💥

Hace tiempo, antes de que los algoritmos nos dictaran el estilo, las mujeres decidían su peinado frente a un espejo empañado por el vapor del café recién hecho, guiadas por revistas dobladas, una amiga con buena mano o, en el mejor de los casos, por el peluquero del barrio que conocía los secretos de Brigitte Bardot mejor que su propio amante. Los peinados femeninos de los 60 y 70 fueron más que estética: fueron declaración, deseo, y en muchos casos, desafío.

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Cuando la cabeza era una colmena futurista

“Beehive” lo llamaron, como si el cabello fuera un enjambre de abejas dispuestas a zumbarnos el mensaje del futuro. ¿El mensaje? Atrevimiento. Esa estructura cónica, absurda y fascinante, no solo desafiaba la gravedad; desafiaba las expectativas. Te parabas al lado de una mujer con ese moño y no podías ignorarla. Porque la colmena no era para pasar desapercibida. Era para ser vista desde lejos. Era la torre Eiffel del peinado.

El moño choucroute, esa deliciosa versión francesa del cardado, aportaba un equilibrio curioso entre lo elaborado y lo deshecho. Una especie de “me tomé una hora para que parezca que no me tomé ni cinco minutos”, al más puro estilo Bardot. Un peinado que olía a perfume caro, cigarrillos rubios y ganas de no volver nunca a casa antes de medianoche.

Pero también, detrás de tanto volumen, se escondía una contradicción: ¿acaso esa arquitectura capilar no era una cárcel que disfrazábamos de libertad? ¿Cuánto de ese peinado era nuestro deseo y cuánto, simple obediencia a una moda más exigente que una suegra italiana?

El flequillo que dividía el alma

Pocas cosas dicen más de una mujer que su flequillo. En los 60, el flequillo recto era como firmar un manifiesto. Recto como la decisión de no retroceder. Juvenil, claro, pero no inocente. Porque si algo tenían esas chicas de los sesenta era una inteligencia afilada escondida tras cada mechón cuidadosamente planchado. Lo llevaban con melenas largas, la raya al medio como una autopista al nirvana, a medio camino entre la estética mod y el espíritu hippie.

Aquella raya al medio, tan simple, tan geométrica, parecía dividir no solo el cabello, sino dos mundos: el antiguo y el que se intuía por venir. A ambos lados, el pelo lacio caía como cortinas sobre un escenario que aún estaba por estrenarse.

La cinta, el accesorio más inocente (y peligroso)

Y si hablamos de accesorios, nada más efectivo —ni más engañoso— que una simple cinta en el cabello. Una banda ancha de tela podía convertir una melena común en una obra de arte retro. Pero también era una declaración ambigua. Porque, mientras las cintas podían sugerir dulzura o sumisión, también podían decir “no me toques, que soy más salvaje que el viento del desierto”.

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Ese era el juego de los años 60: parecer delicada sin dejar de ser peligrosa. Un lobo con peluca cardada.

«El volumen no era solo una moda. Era un grito silencioso con laca y horquillas.»

El bob que empezó con tijeras y terminó siendo símbolo

Y entonces llegó el bob. Rápido, práctico, un corte con nombre corto que escondía ambiciones largas. Fue el anticristo del cardado. Corto, ágil, rebelde sin tanto peinado. ¿Quién necesitaba una colmena cuando podía tener una melena lista para subirse a una Vespa y perderse en Roma sin mirar atrás?

Pero también, el bob traía preguntas nuevas: ¿tenías que cortarte el pasado para tener un futuro? ¿Y si no querías elegir entre lo clásico y lo moderno?

Los 70 llegaron despeinados y llenos de ritmo

Como si alguien hubiera abierto una ventana, los años 70 trajeron un soplo de aire que despeinó todo lo que los 60 habían erguido con esmero. Adiós a la rigidez, hola al movimiento. Lo natural entró por la puerta grande, pero también el exceso… porque el volumen no se fue, simplemente se mudó de forma.

El estilo afro no era solo un peinado. Era una forma de habitar el cuerpo y el espacio. Imponente, esférico, sin pedir permiso. Era el rugido de una generación que no quería parecerse a nadie más. ¿Cómo no verlo como una afirmación de belleza, de fuerza, de memoria?

El shag, por su parte, era ese amigo que llega tarde a la fiesta pero se convierte en el alma del evento. Capas, flequillo largo, un desorden estratégico que parecía improvisado, pero no lo era. Como una guitarra desafinada que, por alguna razón, sonaba mejor que la afinada.

Funk, rizos y fiesta eterna

Los rizos funky, con ese volumen lateral que parecía competir con las pistas de baile, eran pura celebración. No era un peinado para ir al supermercado (aunque quién sabe); era para bailar hasta que el sol saliera y el rímel empezara a correrse como lágrimas de risa.

Esa melena a lo disco llevaba más ritmo que muchos bateristas. La raíz lisa decía “soy formal”, pero los rizos decían “no me creas nada”.

«Un buen peinado no necesita explicación, solo música de fondo y ganas de moverse.»

El liso largo que decía más que mil palabras

Y luego, el contrapunto: el cabello liso, largo, sedoso. Una cascada oscura que caía por la espalda como un secreto. Sin esfuerzo aparente. Sin adornos. O con los justos: una vincha, un pañuelo con estampados psicodélicos. Era la pureza después de la tormenta. Pero también era el enigma: ¿qué escondía esa mujer que no necesitaba más que su cabello natural para hipnotizarte?

Trenzas como raíces de un alma bohemia

Las trenzas folk, finas y dispersas, hablaban en susurros. Eran poemas escondidos en un campo de flores. El movimiento hippie no solo influyó la forma de vivir; también trenzó su filosofía en cada peinado. Nada más íntimo que entrelazar tu cabello como si fuera una historia que quieres contar sin palabras.

«Cada trenza es una línea escrita en el cuero cabelludo de una generación.»

Lo que sigue inspirando colecciones vintage

Hay algo que no cambia: el pasado siempre vuelve, pero lo hace con cara nueva. Los estilos de los 60 y 70 siguen alimentando la moda retro, como un viejo disco que nunca termina de pasar de moda. Lo ves en las pasarelas, en las series, en los escaparates que juegan con lo vintage como si fuera una receta de la abuela con un toque de caviar.

Porque sí, los peinados retro no son un homenaje muerto. Son una forma de decir “aquí estoy”, como lo hicieron nuestras madres, nuestras tías, nuestras abuelas, con sus bobs afilados o sus colmenas imponentes.

¿Y tú, qué historia llevas en el pelo?

Detrás de cada peinado hay un mundo. Un amor escondido. Una rebeldía silenciosa. Una tarde de verano con una amiga y un cepillo. Una decisión tomada con tijeras en mano. La pregunta es: ¿lo elegiste tú o te eligió él?

«No subestimes el poder de un buen flequillo. Puede cambiar tu destino.»

¿Nos peinamos como queremos o como nos enseñaron a querer? ¿Y qué pasaría si un día dejáramos que nuestro cabello hablara solo?

SEVENFRIDAY y la geometría secreta del brutalismo minimalista

¿Puede un reloj retro-futurista hackear el tiempo? SEVENFRIDAY y la geometría secreta del brutalismo minimalista

SEVENFRIDAY no fabrica relojes. Construye objetos que parecen llegar de un futuro con polvo de óxido y líneas de neón, donde la nostalgia convive con la precisión, y el acero cuenta historias. Esa fue mi primera impresión al ver los modelos PE1/01 y PE1/01M. No fueron sus funciones lo que captó mi atención, ni siquiera su mecanismo interno. Fue ese diseño contundente, geométrico, brutal. Como si alguien hubiera capturado el espíritu de un edificio brutalista, lo hubiese comprimido hasta hacerlo portátil y le hubiese dado un propósito: decirte la hora, sí, pero también cuestionarte el tiempo.

Porque hay relojes que se llevan, y otros que te llevan. SEVENFRIDAY pertenece a esta última especie. No puedes ponértelo sin sentir que has sido elegido por una estética. O quizás por una época que no existe, pero que todos recordamos.

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Origen de las fotos: SEVENFRIDAY’s Retro-Futuristic Drops Whisk You Back To The Future

“No mide el tiempo, lo transforma”

Una de las cosas que más me hipnotizó fue el dial, esa microarquitectura donde el tiempo se descompone en capas, como si tratara de explicarse a sí mismo desde el diseño. El centro gira como un disco duro en pleno acceso de datos, y no puedes evitar mirarlo aunque ya sepas qué hora es. Porque no estás mirando un reloj: estás observando un objeto en movimiento, diseñado no solo para ser funcional, sino para fascinar.

Y esa fascinación no es casual. Es el resultado de un principio que tal vez nunca habías oído, pero que reconoces al instante: el MAYA Principle. No es una invención moderna ni un capricho de marketing. Fue desarrollado por Raymond Loewy, uno de los padres del diseño industrial contemporáneo, y responde a una lógica tan simple como elegante: «Most Advanced Yet Acceptable». O lo que es lo mismo, crear objetos que parezcan sacados del futuro pero que resulten cercanos, casi familiares. Lo desconocido, suavizado por lo reconocible.

SEVENFRIDAY aplica esta filosofía con maestría. Sus relojes no son gadgets alienígenas ni piezas del pasado restauradas. Son algo intermedio, equilibrado y extrañamente natural. Como si siempre hubieran estado ahí, esperando que nuestro gusto evolucionara lo suficiente para merecerlos.

El brutalismo ya no es arquitectura, ahora se lleva en la muñeca

Esa sensación de fuerza, de solidez, de estructura sin ornamento… viene de un lugar muy específico: el brutalismo. Una corriente arquitectónica nacida en los años de posguerra, obsesionada con la funcionalidad, la verdad de los materiales, y con una cierta estética cruda que ha sido incomprendida durante décadas. El hormigón sin maquillar, las formas angulares, los bloques monolíticos. Todo eso está presente en los relojes SEVENFRIDAY, no como decoración, sino como declaración.

El brutalismo aplicado al diseño de relojes significa mostrar lo que otros ocultan: tornillos visibles, superficies texturizadas, cajas que no temen ser grandes ni pesadas. Pero también hay una belleza inesperada en esa sinceridad. Una especie de lujo sobrio, casi silencioso, que conecta con quienes valoran lo esencial. Minimalismo cargado de intención.

Y es que la estética minimalista de estos modelos no es una ausencia, sino una síntesis. Cada línea, cada volumen, cada hueco tiene un motivo. No sobra nada. No falta nada. El resultado es una especie de lenguaje visual que mezcla la rudeza de una fábrica con la elegancia de una nave espacial.

Cuando la tecnología se esconde y mejora el diseño

Pero SEVENFRIDAY no solo habla desde el pasado. También escucha al futuro. Y lo hace a través de una tecnología que no grita ni parpadea, pero que está ahí, como un secreto bien guardado: el chip NFC integrado en cada reloj. No es un adorno ni una ocurrencia, es una herramienta útil. Permite autenticar el reloj desde una app oficial, comprobar que no se trata de una falsificación, y acceder a contenido exclusivo.

Es, de alguna manera, la digitalización del lujo. Un gesto pequeño pero poderoso que conecta lo tangible con lo intangible. Porque si algo distingue al diseño contemporáneo es esa búsqueda de funcionalidad sin renunciar a la forma.

Y eso es lo que convierte a SEVENFRIDAY en algo más que una marca: una cultura, una comunidad que valora tanto la estética como la experiencia. Que no se conforma con lo bonito ni con lo práctico. Que quiere ambas cosas.

Aerodinamismo para la muñeca: el legado del streamline moderne

Todo en estos relojes parece haber sido modelado por el viento. Esa influencia del diseño aerodinámico no es gratuita. Viene de un linaje que empieza en los años treinta, cuando autos, trenes y aviones comenzaron a adoptar formas suaves, curvas y estilizadas para vencer la resistencia del aire.

Diseñadores como Norman Bel Geddes o Raymond Loewy crearon un lenguaje visual basado en la velocidad, la eficiencia y el movimiento. Ese lenguaje se trasladó a electrodomésticos, radios, muebles… y ahora, también a relojes. En los modelos de SEVENFRIDAY, esa inspiración es clara: cajas con líneas fluidas, esferas que parecen paneles de navegación, elementos que recuerdan a instrumentos aeronáuticos.

Pero también hay una dimensión casi poética en todo esto. Porque no se trata solo de verse bien. Se trata de evocar algo. Un automóvil de los años treinta que corta el aire como cuchillo caliente sobre mantequilla. Una cabina de piloto perdida en el tiempo. Una pieza de ingeniería que respira con elegancia.

Los materiales del futuro ya están aquí

Nada de esto funcionaría sin una selección precisa de materiales avanzados. En el mundo SEVENFRIDAY, los metales no son solo carcasa: son parte del discurso. Acero inoxidable, cuero negro, cristal de zafiro… cada elemento cuenta una historia.

Pero hay más. Otras marcas —como Richard Mille, IWC o Panerai— ya trabajan con titanio reciclado, cerámica técnica, fibra de carbono, silicio antimagnético… Materiales nacidos en la industria aeroespacial y aplicados a la relojería con fines estéticos y funcionales.

Estos avances no son cosméticos. Aportan ligereza, resistencia, precisión. El diseño se vuelve tecnología, y la tecnología se vuelve invisible.

Y por supuesto, eso también ha dado lugar a nuevas categorías de relojes: los híbridos inteligentes, que combinan lo mejor de ambos mundos. Sin pantallas táctiles ni notificaciones invasivas, pero con sensores y conexión al móvil. Elegancia clásica con cerebro moderno. Sin sacrificar autonomía. Sin pedirte que cargues nada cada noche.

SEVENFRIDAY ha optado por un camino distinto: conservar el alma mecánica, pero conectar al usuario a través del chip NFC. Es una propuesta sutil pero poderosa, que te permite habitar el futuro sin necesidad de olvidarte del pasado.

No es un reloj. Es una postura estética

La correa negra de cuero, el broche mariposa en acero, las manecillas de acabado mate, el disco giratorio… Todo habla el mismo idioma. El del diseño retro-futurista, esa mezcla deliciosamente ambigua entre lo que fue y lo que podría haber sido. Como una película de ciencia ficción filmada en 1973 sobre el año 2095. Todo encaja, todo vibra.

Y esa es la razón por la que SEVENFRIDAY no necesita convencerte de nada. Si te gusta, lo sabes. Si no lo entiendes, no es para ti. Como esas piezas de arte industrial que no se explican, solo se sienten.

Porque no es solo cuestión de gusto. Es cuestión de sensibilidad. De pertenecer a una minoría silenciosa que se emociona con una tuerca bien diseñada, con un giro inesperado, con una estética que respeta la forma pero también la función.


“Un reloj puede ser una brújula estética en medio del caos digital”

“Diseñar es anticipar sin asustar. Esa es la magia del principio MAYA”

“El brutalismo no murió, se hizo wearable”


¿Y tú? ¿Ya sabes qué hora es, o todavía no has encontrado el reloj que merezca decírtela?

Porque hay muchas formas de ver pasar el tiempo, pero solo unas pocas de sentirlo. Y esas, casi siempre, vienen con una carcasa de acero, un corazón automático… y una idea brillante detrás.

 

El futuro imaginado en 1960 sigue pareciendo más moderno que el presente

¿Qué soñaban en 1960 y por qué seguimos obsesionados con ello? El futuro imaginado en 1960 sigue pareciendo más moderno que el presente

Cuando pienso en 1960, no veo una fecha. Veo una cápsula del tiempo. Una nave espacial congelada en vinilo, cromado y sueños. 🚀✨

Todo lo que ocurre entre los peinados de colmena y las pantallas ovaladas tiene algo de profecía cumplida, pero también de ciencia ficción maldita. Lo curioso de los años 60 es que imaginaron el futuro con tal intensidad, que ese futuro sigue siendo más fascinante que el presente que tenemos. ¿Será que ya no soñamos igual? ¿O es que lo soñaron tan bien, que nos dejaron sin margen para mejorar?

La palabra clave es clara y poderosa: 1960. Una década que no solo marcó una época, sino que la diseñó con reglas propias. Todo tenía forma de cápsula: los coches, los muebles, los televisores… incluso las ideas. Y sin embargo, todo parecía estar en ebullición, como si en lugar de una década, fuera una plataforma de lanzamiento.

“La nostalgia del futuro es el lujo más exquisito de la modernidad.”

Yo nací mucho después, pero los años 60 me persiguen. Están en los catálogos de diseño, en los estilismos de las pasarelas, en la interfaz de ciertos gadgets que presumen de ser de vanguardia mientras se visten como si fueran el televisor de tu abuela. ¿Por qué este retorno constante? Porque el retro futurismo no es un capricho estético: es una especie de arqueología emocional. Es escarbar en el pasado para encontrar los huesos del mañana.

Lo que la gente imaginaba entonces sobre el futuro no era una broma: hablaban de casas que se limpiaban solas, robots con corbata, trajes metalizados que regulaban la temperatura del cuerpo y relojes que permitían ver a tu interlocutor en tiempo real. ¿Y sabes qué? Acertaron más de lo que nos gusta admitir. Si hoy llamas por Zoom desde un smartwatch mientras la Roomba te aspira la alfombra, estás viviendo el sueño psicodélico de un diseñador de 1963. Pero también estás siendo parte de algo más profundo: una cultura pop retro que no envejece, porque nunca fue del todo real.

El diseño retro no envejece, muta

El estilo vintage de los 60 es un animal extraño. Tiene algo de ciencia, algo de moda y mucho de delirio. Sus colores no están ahí por estética, sino por fe. El naranja, el turquesa, el plata… no eran caprichos visuales: eran declaraciones de principios. Creían que el futuro tenía que ser brillante, alegre, casi naïve. Un lugar en el que la técnica no oprimía, sino que liberaba. Hoy eso suena ingenuo. Entonces sonaba inevitable.

Había mesas que parecían platillos voladores, lámparas que se creían soles de otra galaxia, y sillones que desafiaban la gravedad con solo mirarlos. Pero más allá del mueble y la forma, estaba la idea: la tecnología de los 60 no era simplemente funcional, era optimista. Y eso se nota. No se diseñaban cosas para durar, sino para deslumbrar.

Los electrodomésticos tenían más curvas que Ursula Andress, y menos botones que un ascensor con complejo de minimalista. El plástico era el material de los dioses, y la electricidad, su idioma universal. La moda futurista se vestía de vinilo, de lentejuelas, de tubos metálicos y peinados imposibles. Cada desfile era un paseo lunar. Cada traje, una misión a Venus.

“El futuro de los 60 sigue siendo más emocionante que nuestro presente gris.”

Pero el fetiche no termina ahí. Porque también estaban los robots. Ah, los robots. Criaturas de hojalata con ojos que parpadeaban y voces metálicas que decían cosas como «¿En qué puedo ayudarte, señor?». Robby el Robot, Gort, los humanoides filosóficos de «The Creation of the Humanoids»… todos salidos de películas donde el futuro era tan tangible como absurdo. La robótica clásica no quería parecerse al ser humano, quería superarlo. Por eso eran enormes, pesados, con antenas como cuernos de diablo y una sonrisa que no tranquilizaba a nadie. Y aún así, nos enamoramos de ellos.

Hay algo en esa robótica retrofuturista que sigue latiendo. Hoy le ponemos caras amables a nuestros asistentes de voz, pero no dejamos de buscar ese cosquilleo de lo artificial que tiene alma. Como si Robby el Robot pudiera, de alguna manera, volver y salvarnos del algoritmo. O al menos hacernos café.

La carrera espacial como musa de interiores

Si hubo un detonante para todo este delirio estético fue la carrera espacial. No se trataba solo de llegar a la Luna, sino de conquistar el estilo. De ponerle cohetes al diseño. La NASA no solo impulsó la ingeniería: inventó un nuevo lenguaje visual. Y lo hizo sin querer. O quizá queriéndolo todo.

Los trajes espaciales se volvieron tendencia, y no hablo solo de Halloween. Paco Rabanne lo entendió antes que nadie: si los astronautas eran los nuevos héroes, había que vestir como ellos. Y lo hizo. Vestidos con placas metálicas, cascos en lugar de sombreros, botas plateadas… todo para parecer más de Saturno que de Sevilla.

Pero también en la arquitectura se notó el impacto: edificios que imitaban módulos lunares, estructuras circulares, ventanas redondas y colores que brillaban como si fueran a despegar. Aquella década convirtió la exploración científica en espectáculo estético. Y nadie volvió a mirar una tostadora sin pensar en un panel de control de la NASA.

“La estética del futuro no es fría ni distante. Es un abrazo cromado.”

Incluso en la educación se filtró el delirio futurista. Las aulas se llenaron de mapas celestes, kits de cohetes y sueños orbitales. Los niños no querían ser futbolistas. Querían ser ingenieros espaciales. Y eso cambió el mundo. Porque esa obsesión por conquistar el espacio acabó llevándonos a otros lugares: la microelectrónica, el GPS, las prótesis mioeléctricas, los paneles solares, todo eso empezó como excusas para viajar más allá de la atmósfera. Y terminó quedándose a vivir en nuestras casas.

El futuro imaginado en los 60 es una versión alternativa de nuestra realidad. Un espejo deformado, sí, pero más bello. Y más libre. Porque en ese futuro, todo era posible. Hasta lo ridículo.

¿Qué nos queda del 1960? ¿Y por qué no queremos soltarlo?

Hoy las pasarelas vuelven a ese lenguaje estelar. Las marcas de tecnología hacen guiños constantes al diseño retro. Los interiores copian los colores de Kubrick. Y los juguetes de entonces son objetos de colección ahora. La cultura pop retro es la madre de todo lo cool. Pero también es la abuela de nuestras nostalgias.

No vivimos en casas-burbuja ni tenemos autos voladores (al menos no aún). Pero sí vivimos en una era que no ha dejado de mirar hacia los 60 como si fueran un oráculo. Porque aquella década tenía algo que hoy escasea: fe en el mañana.

Y eso, amigos, no se fabrica en masa. Se imagina. Se sueña. Se diseña con amor.


“La imaginación es más importante que el conocimiento.” (Albert Einstein)

“En tiempos de crisis, solo la fantasía es un arma real.” (Italo Calvino)


El diseño retro sigue dictando el futuro que todavía no llega
1960 no es solo una década, es una profecía estilizada
La robótica clásica tiene más alma que muchos algoritmos modernos
La carrera espacial no solo nos llevó a la Luna, nos vistió para llegar allí

¿Y si el verdadero futuro era ese que imaginaban en 1960? ¿Y si, en vez de avanzar, solo estamos intentando volver a soñar como ellos?

¿Qué sueñan los AUTOS CLÁSICOS cuando duermen en un garaje?

¿Qué sueñan los AUTOS CLÁSICOS cuando duermen en un garaje? El Cadillac que quería ser una nave espacial rosa

Los autos clásicos de los años 50 no solo eran coches, eran promesas sobre ruedas 🚗✨. Cada vez que veo uno, siento que alguien me está susurrando al oído una historia que aún no ha terminado de contarse. Cadillac retro, diseño de ciencia ficción, aletas traseras como alas de un sueño sin destino fijo… y todo bañado en cromo. Pero también hay algo más: una mezcla de nostalgia y futurismo que se resiste a morir, como una canción antigua que suena nueva cada vez que la oyes.

Hay un recuerdo que siempre vuelve. Una calle nevada, luces de Navidad titilando, un Cadillac Serie 62 Coupé del 58 aparcado frente a un escaparate de Moore’s. Color coral, pintura como crema de fresa derretida, el cromo reflejando el mundo con descaro. Ese coche no estaba solo ahí para llevar a alguien de A a B. Ese coche quería ser una nave espacial. Y lo parecía. Las aletas traseras apuntaban al cielo. Era mitad auto, mitad cohete. Como si dijera: “Puedo despegar cuando quiera, pero me gusta esperar un poco”.

“Los concept cars eran más fantasía que ingeniería, y por eso eran perfectos”

Todo ese espectáculo de curvas, colores y cromo no era casualidad. Había una fiebre, una obsesión, una fe casi religiosa en el futurismo automotriz. Y no era solo estética: los concept cars futuristas de la época venían con tecnologías que hacían que la gente se rascara la cabeza y soltara un “¿en serio?”. Motores de turbina, techos de burbuja, mandos intercambiables… ¡Un Cadillac con radar anticolisión en 1959! ¿Quién necesitaba eso? Nadie. ¿Quién lo quería? Todo el mundo.

Era como si los ingenieros se hubieran vuelto poetas. ¿Cómo si no se explica el Cadillac Cyclone con sus sensores de radar, o el GM Firebird I, que parecía directamente un avión sin alas con un reactor donde debería ir el maletero? No estaban diseñando coches. Estaban diseñando ideas. Y a veces, sueños.

Pero también había otra cara de la moneda: esos autos no estaban hechos para circular. Muchos ni siquiera funcionaban bien. Eran esculturas, manifiestos sobre ruedas, promesas de un futuro donde todos tendríamos un volante y alas. El problema era que ese futuro nunca llegaba. O al menos, no como lo habían imaginado.

“Una aleta trasera puede decir más que un discurso entero sobre el progreso”

Los automóviles con aletas traseras son una especie en sí mismos. Son el equivalente visual de una fanfarria. No hay nada discreto en ellos. El Cadillac Eldorado 1959 las llevó al extremo: dos cuchillas de metal apuntando al firmamento, como si quisieran romper la atmósfera. Eran innecesarias, claro. Totalmente imprácticas. Y absolutamente irresistibles.

La cultura pop vintage los convirtió en íconos. Basta pensar en películas como Grease o Cry-Baby, en donde el coche no es solo un coche, es un personaje más. Las aletas eran orgullo, eran poder, eran velocidad sin moverse. Representaban una época en la que todo parecía posible. Una América posbélica con la barriga llena, los bolsillos rebosando y la cabeza en la luna. Literalmente.

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La industria automotriz bebía de la aviación y del cine de ciencia ficción. Las narices puntiagudas, las parrillas como tomas de aire, los acabados cromados que brillaban como trajes de astronauta… todo apuntaba a una sola cosa: el futuro. Pero no cualquier futuro. Uno elegante, limpio, confiado. Uno donde nadie pensaba en el miedo, solo en lo que vendría.

“Diseñar coches como quien diseña sueños”

Ahí es donde entra el concepto de estética retrofuturista. Es esa mezcla embriagadora de nostalgia y esperanza. Es lo que sientes cuando ves un concept car de los 50 y piensas: “Así imaginaban el futuro antes”. Y es hermoso, porque es ingenuo. Es casi infantil. Pero también es profundamente humano.

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Harley Earl, el gran pope del diseño de GM, lo entendía a la perfección. No le interesaban los motores, ni la eficiencia. Le interesaba el espectáculo. Quería que los autos causaran asombro, como una película de ciencia ficción con luces de neón. Por eso nacieron cosas como el LeSabre 1951 o el Firebird III, que parecía un murciélago plateado salido de un cómic.

Ford y Chrysler no se quedaron atrás. El Mystere parecía sacado de Flash Gordon. El Chrysler Dart tenía una cabina burbuja que hacía que cualquiera se sintiera piloto de caza. Alfa Romeo también aportó su grano de delirio con la serie BAT (Berlinetta Aerodinamica Tecnica), pura poesía italiana sobre ruedas.

“A veces, el futuro más brillante es el que nunca llegó”

Y es que hay una cierta tristeza en todo esto. Una melancolía de lo que no fue. Esos coches antiguos soñaban con un mañana que nunca existió. Y sin embargo, seguimos soñando con ellos. ¿Por qué?

Tal vez porque encarnan una idea de progreso que no necesitaba justificación. Un coche podía ser hermoso solo porque sí. Podía tener una burbuja de cristal en lugar de techo porque alguien pensó que eso era más bonito. No había normas de eficiencia ni cálculos de aerodinámica restrictiva. Había imaginación. Y libertad.

“El futuro no necesita lógica, necesita deseo”.

Hoy, muchos de esos autos de época están restaurados, mimados, venerados como santos metálicos por coleccionistas que entienden que no se trata solo de coches. Se trata de una actitud, de una estética, de una forma de mirar al mundo con asombro.

Hay quienes critican esa época por ser ingenua, superficial, puramente estética. Pero también se podría decir: ¿y qué hay de malo en soñar con estilo?

“El que no tiene pasado, no entiende el futuro” (Frase popular americana)

Los autos clásicos con sus líneas desmesuradas y su optimismo sin ironía nos siguen diciendo algo que muchas veces olvidamos: que la belleza no necesita permiso, que imaginar es un acto de amor, y que soñar no es perder el tiempo. Es darle sentido.

«Un Cadillac rosa con aletas traseras vale más que mil coches eléctricos sin alma»

Tal vez por eso me detengo siempre que veo uno. Aunque no sea práctico, aunque consuma gasolina como si fuera agua. Aunque solo sirva para pasear por calles que ya no existen. Lo miro como quien mira una postal de otro planeta. Un planeta en donde el lujo era accesible, el futuro brillante y el cielo siempre estaba despejado.

“El diseño vintage no es nostalgia, es una forma de resistencia estética”

Así que la próxima vez que veas uno de estos autos clásicos, no lo veas solo como una reliquia. Míralo como un manifiesto. Una cápsula del tiempo que no te cuenta el pasado, sino lo que se deseaba del mañana. Como un poema con ruedas, que en vez de rimar, ruge.

Y si algún día te cruzas con ese Cadillac retro coral de 1958, el de las aletas como alas, acuérdate de esto: ese coche no está parado. Está esperando el momento justo para despegar.


¿Y tú? ¿Preferirías un coche que te lleva o uno que te hace soñar?

chicas sexys en anuncios de lencería vintage

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Lo vintage aparece a menudo en los anuncios de lencería. Estas son chicas sexys en anuncios de lencería vintage

Hace tiempo en otro de mis blogs revelamos un anuncio de lencería sensual de Elsa Pataky con un baile sexy para Women’Secret. El comercial de Women’Secret, de la serie ‘Dark Seduction’ pasó, pero sigue siendo uno de esos spots publicitarios que se recordarán por ser muy sexys. 

El clip muestra cómo Elsa luce muy sexy en ropa interior de la colección «Edición Limitada» y muestra su figura frente a un espejo. Elsa Pataky parecía haber trabajado duro, y se la podía ver recuperando su figura tras el nacimiento de sus gemelas. Tanto es así que también presumía de ello en redes, como Instagram, donde aparecía, y como su esposo Chris Hemsworth la ayudaba con el ejercicio. 

Este tipo de anuncios sexys no llegan a la categoría de eróticos, por supuesto, no es como buscar en la webcam xxx a una chica erótica con las características de Megan Fox.

Pero, hablando de Megan, también nos deleitaba con anuncios sensuales, pues apenas siete meses después de convertirse en madre por tercera vez, Megan Fox era la nueva portavoz de la lencería de Frederick’s of Hollywood. La actriz y la marca compartieron sensuales estampas en Instagram, que demostraban que estaba en mejor forma que nunca.

 

La madre de tres hijos también aparece en un clip coqueto de 30 segundos, en el que se ve desafiante pero sexy en varios conjuntos de ropa interior. El anuncio fue realizado por la fotógrafa Ellen Von Unwerth en Hollywood Hills. ¡Muy sexy Megan Fox!

Una de las imágenes más atrevidas muestra a la esposa de Brian Austin Green acostada boca abajo, con las bragas cubiertas en parte por medias de encaje de color púrpura brillante. Tenía cabello negro espeso, lápiz labial rojo brillante y ojos muy expresivos. Esto se acerca más al resultado de coquetear en vivo con chicas por webcam y no deja de ser interesante que Megan revelara cómo logró recuperar su físico en tan poco tiempo.

¿Qué es la lencería vintage?

Los primeros vestigios de lencería vintage se encuentran en el antiguo Egipto, cuando las mujeres usaban enaguas debajo de las túnicas. Sus calzones fueron inventados por Caterina de ‘Medici, quien los usaba en sus paseos a caballo y luego los adornaba con bordados y encajes, convirtiéndolos en un instrumento de seducción.

Ni siquiera los chicos cam han conseguido alborotar tanto al personal, ya que la religión católica los prohibió en la Edad Media por considerarlos un acto obsceno. A aquellas enaguas, no a los chicos cam…

 

Desde el siglo XVII hasta el siglo XIX, hubo una revuelta de los senos, corsés y miriñaques, y otros dispositivos de tortura. En lugar de un sostén, según algunos datos, algo más extraño parece haber sido diseñado por la dama neoyorquina Mary Phelps Jacobs, quien mantuvo un pañuelo cruzado para mantener sus senos gigantes y los complementó con cintas de encaje.

Pero toca hablar de lencería, porque la ropa íntima se lleva una parte importante del  presupuesto y a todas ellas les encanta lucir bien tanto en lo que se muestra como en lo que no. Por eso, si queremos saber cómo es la tendencia en moda íntima, solo hace estar prestos a disfrutar de la ropa demasiado ligera y sexy.

Pero sexy no significa ser vulgar, y por eso, lo mejor de esta temporada en moda íntima viene de la mano de una de las tendencias que más me ha emocionado. Por supuesto, hablo de vintage, de tendencias que llevan años, pero que no se desgastan, sino que se renuevan y vuelven.

En este caso se verá algo similar en 2022, algo que llegará a la colección de baño el próximo verano. Tantos culottes, tantos de cintura alta y tantos lazos y lazos que adornan y aportan feminidad a la silueta femenina que gana en curvas con esta moda, para que ya no sea solo huesos. Tan diverso y variado es el fashion de la lencería vintage que vas a poder pedirle a tu favorita de trans cams que se vista a la última.

De todas formas, algo que es habitual y repetitivo en los inviernos son los colores más bien pálidos, que nos recuerdan que aún no ha salido el sol. Y aunque ordinarios, los estampados de lunares también son una opción más que viable. 

Ropa interior vintage 1950

Hubo años en los que una dama quería cuidarse y vestirse: ropa interior, sujetador, camisón y albornoz van en la línea del calzoncillo. Y gracias a este tejido, además de otras fibras sintéticas, la ropa interior que lucen estrellas está en el mercado en una versión más económica.

Dolce & Gabbana ofrece enaguas de seda para usar debajo de vestidos o faldas de encaje o para usar como vestidos de día. Hoy es bastante común encontrar un vestido camisero, pero en ese momento fue una revolución, una forma completamente nueva de diseñar ropa interior, que ahora no está escondida debajo de las paredes de la casa, sino por separado. 

Cada vez que pasaba un año, en ropa interior era mejor. Por eso, hoy debemos cantar una oda nostálgica sobre la lencería de la antigüedad; a esa eterna sensualidad que cae en encajes de seda, dulces rasos y transparente feminidad para vestir la piel con sugestiones. Y siempre es mejor imaginar que saber, sospechar intuitivamente que revelar. Quizás ahí radica el encanto de la lencería vintage, en esa capacidad evocadora.

Water is Sexy

Delicados bustiers en tonos nude se funden con el contorno del cuerpo; Puntas de encaje negro llenas de lazos, volantes y perchas colocadas en lugares estratégicos; Conjuntos culotte, liguero y sujetador; camisones segunda piel que marcan las curvas como si fueran una ligera caricia; corpiños que elevan la feminidad al infinito, o kimonos de raso para lucir sin nada debajo. Estas son algunas de las claves del corsé retro, que vuelve como tendencia minoritaria esta temporada y nos recuerda que quizás nunca se haya ido.

 

Mitos eróticos universales de todos los tiempos, como Sofía Loren o Kim Basinger, protagonizan algunos de los momentos más memorables en el ámbito de la lencería de las últimas décadas, tanto delante como detrás de las cámaras. Las colecciones de imágenes sensuales, que serán recordadas para siempre por varias generaciones y, lo que es más importante, seguirán inspirando los sueños más tácitos de belleza y magnetismo en el futuro.

Hoy en día, la lencería es una industria sobrecargada y muy diversa, con diferentes estilos, marcas y tipos de clientes contiguos. Sin embargo, cuando hace años la ropa interior, la lencería empezó a surgir de los prejuicios y a proyectarse abiertamente con actrices como Brigitte Bardot o Marilyn Monroe como abanderadas, se armó un auténtico escándalo.

Características escondidas de la chicas malas que están muy buenas

Fue escrita en las décadas de 1950 y 1960, y aunque algunas grandes maravillas del celuloide, como Carole Lombard, ya han demostrado el encanto de su ropa interior en polémicas películas, la revolución final en lencería no se produjo realmente hasta esta época. Un poco más tarde, en los años 70 y 80, llegó su época dorada; el auge del cine X y estrellas eróticas como Linda Lovelace, que ya lucía lencería de encaje que forma parte de su nombre artístico.

Y es la liberación de la mujer, lenta pero efectiva a lo largo del siglo XX, la que está íntimamente ligada en cada momento histórico a la relación de la mujer con su ropa interior y, en consecuencia, con su propio cuerpo y su sexualidad. Hoy, en sociedades como la nuestra, no hay barreras para la lencería ni para la expresión personal a través de la moda de lencería.

Hasta tal punto que la sensualidad a veces puede confundirse con vulgaridad y la lencería con mera provocación… Afortunadamente, Catherine Deneuve está aquí para recordarnos cómo se hace con poca ropa.

MALETAS RECICLADAS, MALETAS BARATAS Y MALETAS ORIGINALES

Las maletas sirven para guardar las cosas que nos llevamos de viaje, pero si se trata de esas maletas vintage también pueden tener muchos otros usos. Es curioso conocer qué y cuantas cosas se pueden hacer con unas maletas vintage.

MALETAS RECICLADAS, MALETAS BARATAS Y MALETAS ORIGINALES

Antes de nada, un poco de orientación fashion antes del verano. Para ellas. Una maleta de verano sin no lleva un vestido de rayas, no es una maleta que se precie de serlo. En verano los monos y los pantalones del tipo pijama encajan bien en la maleta. Y las viajeras más elegantes lo saben.

Una de las cosas que se puede hacer con una maleta vintage es decorar las paredes enmarcando dentro de ellas carteles pin up, o caratulas de discos. Incluir maletas de aspecto antiguo como mesa camilla también es una opción de decoración vintage. Y a esto le podemos añadir esas sillas Panton o las mesas de centro Tulip o Nogucci, con diseños de los años cincuenta.

MALETAS BARATAS

De entre las maletas Low Cost más económicas las hay también de aspecto vintage. En Maletas baratas podemos ver algunas de ellas. Maletas económicas con diseños originales, modernos y muy elegantes.

Si te vas de viaje en tren o en avión, o incluso en autobús es importante también saber qué tipo de maleta has de llevar.

Y cuantas cosas y de qué forma vas a poder poner dentro de tu maleta. Es fundamental tener claras las políticas de la aerolínea o compañía de transporte en la que viajamos. Cuantos son los kilos tolerados. Y el peso permitido de nuestras maletas.

No hay que fijarse solo en el tamaño de la maleta sino más bien en su peso. A veces nos dejamos en casa cosas elementales como la toalla, o el secador para el cabello.

 

MALETAS RECICLADAS, MALETAS BARATAS Y MALETAS ORIGINALES – ¿Las maletas vintage sirven para?

Uno de los usos que les podemos dar es como mesitas de noche. Si son maletas pequeñas, quedan ideales para servir de mesita en nuestra habitación, aportándole un encanto romántico propio de las piezas vintage. También sirven como mesas auxiliares poniéndoles encima una lámpara o un teléfono retro. También es posible hacer estanterías desde las maletas, cortándolas por la mitad y fijándolas a la pared.

 

Las maletas vintage son ideales como elementos ornamentales, incluso amontonadas en un rincón.

De diseño particular son las maletas Gorjuss, aunque estas no son precisamente para decorar sino para usarlas en nuestros viajes. Merecen la mención porque son, de entre las maletas más actuales, de esas maletas de diseños que gustan y están triunfando mucho.

MALETAS RECICLADAS EN UN RESTAURANTE HIPSTER

Hay incluso locales de ocio de tipo hipster, restaurantes que sirven la comida en maletas en vez de en platos. Es el caso de sitios como TankQ Café & Bar, en donde los platos han sido sustituidos por maletas vintage. En el restaurante hay una decoración de estilo industrial, cañerías a la vista e iluminación rústica. Lo que más llama la atención son las maletas en donde se nos sirven desde hamburguesas y salchichas hasta papas fritas, purés y múltiples postres.